Francisco Cáceres Barrios
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Las luces de mi vehículo enfocaron entonces a una motocicleta. Adelante, sobre el tanque del combustible va un niño, si mucho de 4 años. En medio va el conductor, atrás de él una niña como de 8 años y detrás de ella una madre con su hijo recién nacido en brazos. Cinco pasajeros para un vehículo que permite dos. Ni se inmutaron, mucho menos se percataron que estaban violando sinnúmero de disposiciones de tránsito. Con el pretexto que la necesidad tiene cara de chucho, el padre encaramó a toda la familia y ¡a la buena de Dios!
No hay derecho. Sentí que me daba infarto. Al segundo le di gracias a Nuestro Señor por haber podido reaccionar prácticamente de manera instantánea, pero al siguiente me dio tal coraje, que me dieron ganas de dar la vuelta en U para ir detrás del irresponsable que por poco logra hacer pedazos mi vida y así darle una buena zarandeada. Me imagino que para muchos amables lectores lo que aquí les cuento les habrá sucedido muchas veces pero, para serles sincero, a pesar de mantenerme bien informado, no he leído ni visto el más mínimo reclamo para las autoridades por no velar el cumplimiento de las leyes, mucho menos sancionar a los conductores para que no cometan semejante barrabasada.
¿Si hubiera colisionado con dicha motocicleta, con la cauda de heridos o muertos, en dónde estaría yo a estas horas? Seguramente en la cárcel viendo cómo salir de ella, aunque no haya sido culpable de nada sin embargo, mi vida se hubiera hecho pedazos. De ahí que sea obligatorio preguntarle a las autoridades legalmente responsables de evitar accidentes: ¿Cuándo van a cumplir con sus deberes? Vemos que tranquilamente siguen tranquilos y campantes sin importarles nada que cualquiera pueda quitarle la vida a una familia entera al incumplir su obligación de velar porque no ocurran tales desgracias.

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