Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Tan evidente es la crisis que ahora mismo vuelve a surgir un “clamor” para reformar la Constitución, dando a entender que el origen del mal está en el texto constitucional y no en las actitudes que se han consolidado para hacer una constante de la vieja práctica de pasarse las leyes por el arco del triunfo.

El problema, sin embargo, es que la reforma constitucional tiene que surgir en el Congreso de la República y no sé si usted, respetado lector, tiene confianza de que nuestros diputados puedan hacer algo bueno, pero yo no la tengo en absoluto y peor aún, estoy convencido de que si ellos le meten mano a la Constitución el resultado por necesidad y fuerza tiene que ser peor de lo que tenemos en la actualidad.

Tampoco comparto la peregrina idea de un ignorante que dijo que como no le tiene confianza a los diputados, prefiere que la reforma constitucional la haga la Corte de Constitucionalidad, ente que ha demostrado que baila al son que le tocan y que resuelve al gusto del cliente sin ningún respeto por la institucionalidad y el sentido de las leyes.

Por ello es que creo que hablar de la reforma constitucional en estas condiciones es hacernos nosotros mismos el pase de la casampulga porque el resultado, por fuerza, será catastrófico. Aún si se convocara a una Asamblea Nacional Constituyente con plenos poderes, lo cual legalmente no procede, resulta que los que podrían postular candidatos para integrarla serían nada más y nada menos que los partidos políticos que actualmente tienen representación parlamentaria, es decir que los diputados constituyentes serían un clon de lo que tenemos hoy en el Congreso y eso lo dice todo.

Por supuesto que entiendo que es una visión fatalista porque implica que “estamos jodidos todos ustedes”. Pero es una realidad incuestionable que no se le puede encomendar algo tan serio como la refundación de la Patria a quienes la han usado ya no como pedestal sino como inodoro para hacer todas sus porquerías y justamente eso es lo que pasaría de confiar en que los partidos políticos, con sus diputados actuales o con los que postulen ellos para integrar una Constituyente, podrían realizar una reforma conveniente a los intereses nacionales.

La Constitución actual puede tener defectos, pero el problema está en la forma en que la sociedad permite que se le juegue la vuelta y se prostituya la institucionalidad del país. Con esta Constitución podemos exigir y demandar el fin de la impunidad. Lo que falta es que los ciudadanos nos mojemos los calzoncillos.

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