Juan Antonio Mazariegos G.

Correr el BMW Berlín Maratón es concentrar por muchos meses energía, músculos, adrenalina, esfuerzo e ilusiones y dejarlas desparramadas en los más de 42 kilómetros que discurren a lo largo del recorrido del Maratón más rápido del planeta, al cual todos llegamos con euforia y sueños de nuevas metas y nos vamos con el asombro de un récord mundial que cada vez se acerca más a hacer peligrar la barrera de las dos horas, en una prueba más de lo mejor del espíritu del hombre luchando por superarse a sí mismo.

Este año, cerca de 40 guatemaltecos de todas las edades y muchas condiciones sociales hicimos el esfuerzo por apuntarnos a una cita que tiene que ver más con desafiarnos a nosotros mismos que con la importancia del resultado final y según los organizadores del evento, de igual manera pensaron personas de 80 nacionalidades y juntas, más de 40 mil personas tomamos en el boulevard principal del parque Tiergarten la salida de la 41 edición de la carrera.

Correr a la par del Reichstag o ver asomarse la catedral evangélica de Berlín no tiene precio, sumidos en nuestro esfuerzo personal y alentados por bandas musicales y miles de personas nos perdemos entre los pasos de las historia de una Ciudad que ha cobijado monstruos, leyendas o tragedias, simbolizadas por los recuerdos al Muro de Berlín o el Monumento al Holocausto.

Poco a poco, sin embargo, la conciencia hacia el mundo que nos rodea se intercala entre los miles de colores de las camisetas de otros corredores que rebasas o te rebasan y el avance de la carrera nos hace concentrarnos más en nuestro cronómetro, el abastecimiento y las energías que se necesitarán para enfrentar esos últimos kilómetros.

Ya con las piernas entumecidas, adoloridas, pero sin que reste capacidad de percibir ese dolor, al doblar por la sala de conciertos o Konzethaus en la plaza Gendarmenmarkt y ver aparecer la puerta de Brandemburgo se sabe que el éxito está cerca, se culminan muchos días de entreno, de madrugadas y de muchos, muchos kilómetros y lesiones. Finalmente al pasar bajo la mirada atenta de la cuadriga que corona la puerta de Brandemburgo y ver la meta, es un hecho, se ha conquistado Berlín y seguramente alguno que otro reto personal.

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