Eduardo Blandón

No es fácil reconocerlo y sé que algunos nacionalistas a la tórtrix se molestan por lo que llaman intromisión de un organismo que sienten como muletas para andar, pero casos como el de la fiscalía contra el Lavado de Dinero, demuestran que todavía somos muy descuidados en el tema de la persecución penal contra los pícaros del país.

Pero más allá de los presuntos ardores de amor patrio, uno siempre sospecha si no habrá otras preocupaciones por la presencia de la Cicig que trasciende los argumentos de los adversarios.  Me refiero al temor de que ellos mismos puedan ser descubiertos por una institución que ha demostrado coraje cuando sale de caza.

Para nadie es un secreto que quienes se oponen a la Cicig (muchos de ellos) suelen ser grupos o personas de dudosa reputación ligados al mundo empresarial, pero sobre todo político, vinculados a veces, según el testimonio de la prensa, a estructuras de delincuencia organizada que opera de manera clandestina y a veces no tan encubierta.

Por ello, es legítima la sospecha de que ese organismo les moleste y velen a diario por su partida.  Esos grupos sueñan con tener el sistema totalmente a su favor (casi como ahora), saqueando las arcas del Estado, matando a los que piensen de manera diferente y amenazando y destruyendo a la prensa independiente.  Esa es la utopía del mundo político en general.

El Partido Patriota espera que sin la Cicig no sean perseguidos ni encarcelados por las patrañas que han hecho hasta ahora y seguirán cometiendo hasta el último día de su gobierno.  El caso Medrano es una perla que demuestra la impunidad a la que aspiran y estoy seguro que es el modelo que sueñan implantar en el país de la eterna primavera.

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