Marco Tulio Trejo Paiz
Son dos representaciones populares, dizque “populares”, cuando en realidad se trata de dos entes que estructuran a su mejor conveniencia los líderes de desprestigiados e indeseables partidos de la politiquería de los países de la región.
Aquí, en nuestra semianarquizada Guatemala, tenemos una Legislatura dividida en bancadas de diputados que tienen de espaldas a la abrumadora mayoría de la población y, por lo mismo, a los nada gratos que integran un fardo inútil: el Parlacen.
Los dos cuerpos de diputados dan motivos de duras críticas en todo el istmo por sus nada positivas actuaciones, y los gobernantes, cruzados de brazos, parecen poner oídos de sordomudos…
El Congreso de la República de esta parcela ístmica, que no sale del subdesarrollo, característico de países del Tercer Mundo, tenemos un pesado ramillete abundante en diputíteres que dormitan en las butacas y, como dormitando, levantan las manos para aprobar leyes y demás disposiciones al “dedito”.
Así ganan al mes tres o más decenas de quetzales. Para algo negativo sirve el archi, archimillonario Presupuesto General de Gastos de la Nación, semejante al volcán de Tacaná o al de Fuego…
Son 158 politiqueros que calientan los taburetes del Congreso, y 132 del Parlacen. Bastarían dos o tres por cada uno de los departamentos de la República, y mandar a freír patatas a todos los fardachos del Parlacen. Así los mandamases podrían mejorar las condiciones de los pueblos mediante grandes y buenas realizaciones.
Sería positivo, verdaderamente positivo, reducir con plausible decisión y visión el elevado número de diputaciones del halaraquiento recinto parlamentario de la novena avenida.
Costa Rica, llamada por antonomasia la Suiza de América, hizo bien en no enchufarse en el inflado aparato de políticos hartos de billetes nacionales y dorados dólares.
¿Para qué diablos sirve ese “siguán”? ¿Qué ha hecho por los pueblos centroamericanos? ¡Nada, en absoluto nada que valga la pena!