Oscar Clemente Marroquín
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Parte de esos acuerdos tuvieron que ver con la actitud de El Vaticano respecto a importantes dirigentes de la Iglesia Católica en nuestro continente, no sólo respecto a los curas que tras haber militado en el Movimiento Sandinista de Liberación Nacional formaron parte del gobierno de Nicaragua, como Miguel D´Escoto y el padre Ernesto Cardenal, sino respecto a las posturas oficiales del Episcopado Latinoamericano expresado en Medellín y Puebla respecto a la opción preferencial por los pobres, postura que algunos veían como muy cercana a la Teología de la Liberación que fue oficialmente descalificada por el mismo Sumo Pontífice en el contexto concreto del arreglo geopolítico promovido por Walters, por cierto devoto católico muy cercano y amigo del entonces Presidente de Guatemala, Romeo Lucas, y del Cardenal Mario Casariego.

Siempre atribuí a ese pacto de alto nivel la postura del Papa y del Vaticano tras el asesinato de monseñor Óscar Romero en plena ceremonia eucarística en la catedral de San Salvador. Las muestras de “pesar” fueron realmente frías y escuetas, además de que cuando religiosos iniciaron un proceso de beatificación de monseñor Romero se toparon con un veto impuesto por el mismo Pontífice, quien impidió que la causa avanzara. Era evidente que a juicio de altos jerarcas en Roma, el Arzobispo salvadoreño era considerado un subversivo, no obstante los abundantes testimonios que había sobre el papel que jugaba la oficina del arzobispado en la protección de los derechos humanos en el marco del conflicto bélico que se vivía en El Salvador.

Romero nunca ocultó su preocupación por lo que ocurría contra la gente más sencilla de su país ni los esfuerzos que hacía mediante constantes homilías en las que denunciaba los excesos y abusos que se cometían no sólo contra los pobladores, sino también contra seglares comprometidos con la Iglesia que realizaban tareas demandando justicia de conformidad con los criterios de la doctrina social de la Iglesia.

El asesinato de Monseñor Romero fue uno de los acontecimientos más escandalosos de la guerra civil que vivió El Salvador, comparable al crimen contra los jesuitas de la Universidad Centroamericana. Pero igualmente escandalosa fue la actitud vaticana porque el crimen, cometido en plena misa contra un obispo, merecía rotundo repudio por lo sacrílego del acto que convertía en un mártir al prelado.

Ahora el Papa Francisco ha levantado el veto para que se conozca la causa de beatificación de Monseñor Romero en lo que es un viraje profundo que, sin duda, desatará polémica porque permite hurgar en las decisiones políticas tomadas en el marco del acuerdo Vaticano-Washington de tanta trascendencia en aquella época.

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