Miguel Saquimux Contreras

Guatemala es un país que se caracteriza por su biodiversidad ambiental y por poseer una extensa variedad de ecosistemas y microclimas aglutinados en una extensión territorial relativamente reducida. Es por ello que el entender la manera de manejar los recursos naturales del país, es una tarea que no es fácil, la cual se complica al tener presente que se poseen una infinidad de limitantes, en donde resaltan las que se relacionan con las condiciones en las que vive la mayoría de la población guatemalteca.

La precariedad de las condiciones de gran parte de la población ocasiona que la mayoría se encuentren en una situación desesperada, en donde las formas de cómo sobrevivir ocupa el pensamiento diario, reflejándose todo en las acciones conjuntas que efectúan los grupos sociales. Se hacen esfuerzos microscópicos y aislados para tratar de contener esta avalancha depredadora de recursos naturales, la cual se ha desatado tanto en el territorio nacional como en el mundo entero. Es por lo anterior que, culpar únicamente a los centros urbanos o grupos de personas minoritarios de estos efectos negativos sería un error mayúsculo, puesto que, las distintas esferas de la producción también poseen una considerable cuota de responsabilidad, misma que al compararse con lo que ocasionan otros agentes económicos, casi que son minimizadas a una insignificante expresión.

Cuando se trata de ejemplificar como son estos esfuerzos microscópicos y aislados, debemos remitirnos a lo que está aconteciendo en la actualidad, siempre demostrando la poca viabilidad de este tipo de propuestas. Seguramente todos hemos percibido la campaña que se lleva acabo para incentivar a los pobladores del área rural y algunos del área urbana, a que dejen de consumir leña, porque bien es sabido que esta proviene de la tala inmoderada de los bosques. La intención es la mejor, eso ni dudarlo, pero, es imposible pedir a este sector de la sociedad que desista del uso de leña como fuente de energía, dado que, está comprobado que los ingresos de estas familias no alcanza para renovar su matriz energética –que en este caso sería el cambio por una estufa de gas propano–, peor aún para mantener una constante demanda de las materias primas de lo que conlleva esta transformación.

Lo anterior sólo confirma de una manera la afirmación de que la pobreza y el deterioro ambiental van de la mano, porque cuando se profundiza en distintos ámbitos se llegará a lo mismo, y serían necesarias muchas publicaciones para intentar abordar algunos ejemplos. Lo importante es plantear soluciones concretas, que aunque sean superficiales, derivado de la misma naturaleza de esta publicación, por lo menos tengan la capacidad de generar ideas para propuestas futuras. Entonces, la solución a ello debe ir por la disminución de la pobreza, mediante la generación de oportunidades para elevar la capacidad de adquisición de satisfactores para los sectores más vulnerables. Solamente de esta manera, podrá evitarse un sinfín de males para el patrimonio ambiental, porque de lo contrario seguiremos degradando nuestros recursos naturales y nuestra calidad de vida.

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