Eduardo Villatoro

Tomo al azar dos acontecimientos ocurridos el pasado fin de semana que devienen en claros ejemplos del desprecio que le merecen resoluciones del Tribunal Supremo Electoral y demuestran una vez más el autoritarismo de los propietarios de esos grupos a los cuales les llaman partidos políticos y sus procedimientos, que rebasan cualquier idea en torno a la práctica de la democracia interna ausente en el seno de tales organizaciones.

Según la versión periodística, en Nueva Santa Rosa se presentaron a inaugurar trabajos de un tramo carretero el Presidente y el titular del Ministerio de Comunicaciones, ocasión que aprovecharon dos alcaldes de esa jurisdicción para realizar proselitismo electoral con los colores que identifican al partido oficial y llamaron a votar por “la continuidad”, es decir, a favor del ministro Alejandro Sinibaldi, quien, con agudeza mental propia de un curtido cacique pueblerino declaró que para que las obras iniciadas concluyan “Hay que apoyar al candidato que ponga este partido”. ¿Quién será?, se ha de haber preguntado algún preocupado lugareño.

Para disipar cualquier perspicaz duda de ociosos analistas y de incrédulos columnistas, el general Pérez Molina fue meridianamente claro (diría un locuaz y panegírico maestro de ceremonias de concentración partidaria) al aclarar que “La gente del pueblo es la que quiso decorar así el lugar; no es que el Ejecutivo haya pedido que así se organizara la actividad”.

Por si no fuera lo suficientemente categórico en esa afirmación, por aquello de que se enteraran los magistrados del TSE, el gobernante enfatizó: “El llamado que hizo el alcalde Rubelio fue por la experiencia que él tiene. Fue una cuestión espontánea” del arrebatado jefe edilicio cuyo nombre he mencionado. Aclaro que no es apodo, como algún enemigo suyo pudiera colegir equivocadamente.

Por aparte, en un despliegue publicitario se anuncia que la moribunda agrupación Visión con Valores recibió oxígeno para no perder el conocimiento del acontecer nacional, pues se intuye que las bases de ese colectivo, ante la renuncia de su exsecretario general Harold Caballeros, cuya aventura en las arenas movedizas de la inverosímil política aborigen, derivó en rotundo fracaso, pese a presuntos designios que el otrora predicador atribuyó a la Divinidad, eligieron en hipotética contienda electoral interna al muy conocido entre sus familiares y amigos Armando Castillo, para dirigir los destinos de la agrupación, y quien asumió el cargo en medio de la algarabía de cientos de afiliados y simpatizantes, porque fue “electo por unanimidad” ¿Qué tal? ¿Cómo les quedaría el ojo a los detractores adversarios del ungido por la Providencia para presidir esta desagradecida nación?

(El activista Romualdo Tishudo me confesó que ansía ser político para cumplir tres deseos: -Ganar sin trabajar, amar sin sufrir y comer sin engordar).

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