Luis Fernández Molina

El relato de Samuel se escribió en pergaminos hace aproximadamente 3 mil años y es tan actual como los titulares del día. Es una historia que se ha repetido, como condena cíclica, con el paso de los siglos. Las raíces del problema se contorsionan en las profundidades de las arenas y se desfiguran tras la densa bruma del tiempo. Un tema sumamente complejo en el que convergen muchas variantes perversas que no permiten un sano raciocinio y complican una evaluación imparcial a la que poco ayuda tantas opiniones apasionadas e ignorantes que solo hacen eco de los fanatismos. En todo caso es una contienda en la que lamentablemente mueren personas, palestinos y judíos, todos seres humanos.

Para empezar, y regresando al Libro de Samuel, es preciso esclarecer muchas interrogantes. Los textos bíblicos mencionan a los filisteos: entre ellos el gigante Goliat o la pérfida Dalila, pero ¿se menciona a Palestina como un territorio definido? ¿Quiénes eran los filisteos? Al parecer eran invasores que venían supuestamente de la isla de Creta. En todo caso habría que estudiar si los pueblos hebreos y palestinos de ese entonces son los mismos que ahora están en la disputa. Esto es si existe alguna continuidad entre aquellos filisteos –que habitaban Canaán– y los actuales árabes palestinos. Igualmente es preciso definir ¿qué es lo que cada parte reclama? Así como establecer si los sectores antagónicos son compactos o bien existen diferentes posiciones entre ellos, judíos y palestinos ya que siempre se distinguen extremistas y pacifistas.

El problema de la “propiedad” de la tierra nos llevaría a un debate interminable que no ofrece ninguna solución aceptable para todos y se contrasta con la situación real, las actuales fronteras que son expresión del poder militar. (Debate muy parecido al caso de nuestra Guatemala, cuando se reclaman los derechos ancestrales sobre la tierra. ¿Desde cuándo se debe dar inicio a la continuidad de la propiedad? ¿Desde la llegada de los españoles? ¿Desde la instalación del Registro de la Propiedad?) En el caso del medio oriente, el relato del pueblo hebreo arranca básicamente con el patriarca común, Abraham a quien Dios ordena que deje su casa (en Ur de Caldea) para tomar posesión de la tierra otorgada en herencia (Canaán). Obediente se trasladó al Levante Mediterráneo. Muchos años después hubo gran sequía y tuvieron que mudarse a Egipto donde crecieron y luego fueron esclavizados. Moisés fue escogido para encabezar la liberación del Faraón. Deambularon por el Sinaí y retomaron la tierra prometida de sus entonces pobladores (contra quienes obraron sin compasión). Los romanos los conquistaron cerca del año 60 AC y tras un gran levantamiento en el año 70 DC fueron reprimidos y se dispersaron (la diáspora) por todo el mundo. A finales del siglo XIX surgió un movimiento, llamado sionista, que proclamaba asentarse nuevamente en la tierra prometida. Emergieron los primeros asentamientos y compras de tierras que hasta entonces eran poco productivas pero ocupadas por población árabe. Tras el desmoronamiento del imperio Otomano se encargó la administración de esa convulsionada región a los ingleses bajo el Mandato Británico de Palestina (término que empezaron a utilizar los romanos unos 200 años después de Cristo). Tras el ascenso de Hitler y el incremento de la persecución los judíos voltearon la mirada a la “Eretz Yisrael” y empezaron las grandes movilizaciones y asentamientos. Así las cosas surgieron varias guerras desde que se reconoció el Estado de Israel. Desde entonces no llega el sosiego a la que todos reconocemos como Tierra Santa.

Artículo anteriorLa homosexualidad, la ciencia y el Papa (1/2)
Artículo siguienteElección de magistrados y la impunidad