Víctor Hugo Godoy
Quiero recalcar que la tierra sigue siendo el principal activo productivo para los habitantes del país y que el Estado anteriormente supervisaba lo que comprendía las tierras ociosas y que se legisló, hace 40 años, que el 10% de la tierra cultivable lo fuera de granos básicos para garantizar alguna seguridad alimentaria. Todo ello fue derogado, a pesar de que los Acuerdos de Paz mandaban lo contrario. Si a ello sumamos el desmantelamiento que sufriera el Sector Público Agrícola entre 1996-2000, no debería extrañarnos la situación.
¿Qué tiene que ver esto con la democracia? Pues tiene que ver con la concepción política y tipo de gobierno que se nos ofrece y que escogemos cada cuatro años. Al parecer, nos han castrado el pensamiento en el tema agrario desde 1954 a la fecha y creo que nos hemos conformado con lo que el maestro italiano Norberto Bobbio definía, para fines didácticos, como la democracia y que dice: “la única manera de entenderse cuando se habla de democracia, en cuanto contrapuesta a todas las formas de gobierno autocrático, es considerarla caracterizada por un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos”. Nos hemos quedado en el ritual electoral únicamente.
La Constitución da para más, pues los artículos 39, 40, 44, 67, 118 y 119 de la Constitución Política de la República, en una interpretación contextual reconocen la función social de la propiedad de la tierra, ya sea individual o colectiva, pública o privada, e incluyendo la adjudicada como patrimonio familiar agrario y patrimonio agrario colectivo. Para que esta interpretación pueda hacerse efectiva es necesario que tengamos otro concepto de democracia, como la que nos menciona el francés Jaques Ranciere, que va más allá del anterior y que reza: “La democracia no es ni esa forma de gobierno que permite a la oligarquía reinar en nombre del pueblo, ni esa forma de sociedad regida por el poder de la mercancía. Es la acción que sin cesar arranca a los gobiernos oligárquicos el monopolio de la vida pública, y a la riqueza, la omnipotencia sobre las vidas. Es la potencia que debe batirse, hoy más que nunca, contra la confusión de estos poderes en una sola y misma ley de dominación.”
Esto, por supuesto, tiene que ver con el sistema electoral y el tipo de instituciones que hemos construido o destruido, lo que abordaré en el próximo artículo.