Claudia Navas Dangel
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En todo este año, además de releerlo, lo he extrañado más. He entendido muchas cosas que en nuestras recurrentes pláticas, café en mano, no creía o no comprendía. Justo hace una semana, recorriendo la feria del libro, pude verlo en una tarima participando del programa A Primera Hora, hace ya varios años, imaginé que caminaba entre las ventas de libros y me sonreía. Quería abrazarlo y lo hice, fui hacia sus libros y se quedó conmigo.
Hoy hace un año también, me reencontré, justo en ese mismo espacio, con amigos maravillosos. Poetas, narradores, editores, médicos del alma, porque la cultura cura. Y al verlos de nuevo otra vez este año, al acariciar con mis dedos esos textos hermosos, producto de un trabajo heroico, generoso y constante, recordé por qué me gusta vivir en Guatemala.
Y sí me gusta estar acá cerca de tanto ingenio, de tantos sueños, de tantos amigos, de tantas palabras volando en el aire como Los habitantes del aire de Vania Vargas y Escolopendra de Martín Díaz Valdés, a quienes además de querer y admirar, agradezco su entusiasmo, su tiempo y su fe en los más jóvenes.
Fue una semana de feria, una semana de recuerdos y sentimientos encontrados. Han sido unos días de palabras, de abrazos, de sonrisas y también de lágrimas. Ha sido una semana en que esas personas admiradas y queridas de tanto leerlas, por fin se acercan, se tocan, se escuchan y otras parten como el Maestro Cabrera.
Hace justo un año, en medio del luto y libros en anaqueles en ese espacio de feria, le compraba a mi hija un libro que descubrí varios años atrás y que además de ser de mis favoritos, quedó en mí como una lección del poder que los sueños tienen. El Taller de Mariposas de Gioconda Belli se convirtió desde ese día, hace un año en un deseo enorme de conocer a la autora y traspasarle otro sueño, que quizá, tal vez, a lo mejor, dentro de un año sea realidad.