Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
En ese sentido esos miles de niños son víctimas de un drama humanitario causado por una conjugación de factores que los convierten en presa de una situación de terribles consecuencias. Tampoco tengo duda de que son carne de cañón en la guerra que libran en forma obcecada los republicanos contra el presidente Obama en la que han tenido la desfachatez de señalar el problema como un tema de seguridad nacional, vinculando a nuestros niños con el narcotráfico que, por cierto, existe porque Estados Unidos no se decide a atacar el consumo y pretende que estos países libren la lucha contra el tráfico que surte al enorme mercado que constituyen los drogadictos norteamericanos.
Las condiciones de vida en Guatemala son deplorables y si bien hay razones históricas y actuales que convierten a Estados Unidos en corresponsable de esas condiciones, no podemos ocultar que las elites en nuestro país son tan retrógradas que no quieren ningún cambio que signifique mejorar las oportunidades de vida a nuestra población. Es un caso de culpas ampliamente compartidas por sectores dominantes, internos y externos, que hace imposible la vida a millones de personas que no encuentran más que en la migración la esperanza de vida.
En ese sentido hoy que los presidentes centroamericanos hablen con Obama no se puede ni sólo culpar a Estados Unidos por sus políticas tradicionales de apoyo a las oligarquías locales, incluyendo la invasión a Guatemala en 1954, y la estúpida guerra contra el narcotráfico, ni únicamente culpar a la ausencia de políticas de desarrollo en nuestros países y concretamente en Guatemala. Aquí estamos frente a un fenómeno de culpas amplísimamente compartidas que tenemos que asumir con madurez y dejar ya la idea de que exportando a nuestra gente haremos sostenible nuestra economía, como ha ocurrido hasta ahora.
Los Coyotes empezaron esto como un negocio, pero como pasa muchas veces, el asunto se les ha ido a todos de las manos y ahora ni los demócratas ni los republicanos saben qué hacer, mucho menos los niños víctimas de la situación en que se encuentran. Para Guatemala, desde donde se observa el drama a distancia, el asunto puede parecer ligeramente preocupante, pero la verdad es que es un aldabonazo para la conciencia de la sociedad, puesto que no podemos impunemente seguir tratando así a nuestros compatriotas, especialmente a nuestros niños, al punto de que tengan que correr los riesgos de la migración para alcanzar la esperanza que el país no les ofrece por su estructura injusta, excluyente y en cierto sentido maldita por la indiferencia que hay respecto al dolor ajeno, a la necesidad de tanta gente que no por ancestral se vuelve aceptable.