Walter del Cid

Padre, abuelo. Lector casi empedernido. Conocedor de las intrincadas reglas del cuasi disfuncional Estado guatemalteco desde 1988 a la fecha. Inició su incursión en el periodismo de opinión en las páginas de La Hora con aportes en la sección «Cartas de los Lectores» en septiembre de 1993. En 2006 tuvo el honor de ser jefe de Información de esta Tribuna y no mostrador. Casi ininterrumpidamente colaboró con columnas de opinión en La Hora, el desaparecido El Gráfico, Siglo XXI de la primera época, Diario de Centro América, la Revista Crítica y eventualmente para la Universidad Johns Hopkins en temas de población y desarrollo. Esta es mi Tercera Época en La Hora, gracias por ello. Creer en la democracia no es una cuestión circunscrita a razones teóricas, es una forma de vida y se aplica a la cotidianidad de nuestros actos.

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Cuando estas líneas lleguen a los apreciables lectores quedarán poco más de 96 horas, los cuatro días, para que al fin salgamos de la pesadilla vivida con mayor énfasis en esta etapa de los cuatro años anteriores; pero también con su tajada de abominaciones por quien le antecedió, ese comediante cuyo mejor aprendizaje fue el ser cínico y ebrio consuetudinario.

Me parece conveniente y necesario recalcar en algunos puntos para no olvidar y dejar constancia histórica de la desvergonzada gestión pública que por fin habrá de concluir el 14 de enero próximo, a más tardar a las 16:00 horas; tal y como lo expresa el artículo 8 de las disposiciones transitorias y finales de la Constitución Política de la República. En la sesión solemne convocada para el efecto. Ojo señoras y señores de la novena legislatura, sesión solemne, es decir, ceremonial, formal y no para hacer berrinches. Los que se van, lo harán por la puerta de atrás. Pero ese es otro tema.

Concluye decía, una oscura etapa en la historia reciente del país y la pandemia del Covid-19 fue una preciada excusa para el robo inmisericorde. Me encontré unos datos en la red “X”, concretamente de la cuenta @molinaret que corresponde a David Molina, de los cuales tomo algunas cifras de quien hizo los suficientes méritos para ser recordado como lo será con mayor énfasis a partir del final del domingo próximo.

No olvidemos los Q.614.5 millones de las vacunas rusas Sputnik V cuya responsable fue la segunda de los tres encargados del despacho de Salud Pública y Asistencia Social, Amelia Flores. Tampoco es poca cosa olvidar los Q.600 millones del Estado de Calamidad de junio de 2022, reasignados al “Fondo de Emergencia” y aquellas butacas de precios exorbitantes. En países vecinos, la pandemia fue ocasión alternativa para impulsar mejoras no únicamente en la infraestructura salubrista, también en la educativa, incrementar la conectividad virtual y prepararse para la “normalidad”. Aquí, gracias a ese conjunto de inescrupulosos responsables de los diferentes despachos ministeriales, la misión fue la depredación y el saqueo.

La lista es mucho, mucho más extensa y no solo en el ámbito de la salud, también en educación, infraestructura, el patrimonio natural y cultural, el deterioro institucional, la carencia de justicia, la ausencia de independencia funcional y operativa. Por ello, celebrar la conclusión de tan sórdida administración, caracterizada por el robo, la neurosis y el compadrazgo enfermizo de patológicas conductas dedicadas al latrocinio es una obligación en estas últimas horas. Los únicos que lamentan la clausura venidera son los beneficiarios y sus familiares de esos robos. Ellos son quienes pierden una forma de vida que llega a su final. Las tareas que vienen no serán fáciles, pero se intuye la voluntad de cambio y probidad.

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