A Mayo Cuenca Núñez, el más guatemalteco de los patriotas centroamericanos.
Como ya está por terminar la Vuelta Guadalupe-Reyes, la mara no quiere saber ni droga de los claveles nacionales que los aflatan cada día. Los muchachos lo que desean es guaro y trincarse a la vecina en la fiesta de devolución del Niño Dios. Las güisas, en cambio, sueñan con amelcocharse con un maje que se amarre en serio con ellas, entre el aroma del pino y la manzanilla que adornan los convites.
Por eso, hoy les voy a comentar sobre los chapinismos, o séase, sobre nuestro hablado. Como lo hacen los guanacos o los catrachos, los chapines tenemos nuestra forma y manera de casaquear; saber si es más chida que la de ellos, pero es la nuestra ¡Idiay pué!
Hay unos rucos caqueros, que se las llevan de muy sabidos, quiandan diciendo que nuestro hablado es bien cholero, pero la verdad es que son unos ignaros, pues el Paco Pérez de Antón, que es bien leido, se discutió un libro bien chilero, entitulado “Chapinismos en el Quijote”, en el que demuestra que nosotros aún casaqueamos como lo hacía el Caballero de la Triste Figura; quienquita que la coincidencia se deba a que estaba igual de desnutrido que la majada, y de tanta hambre disvariaba y veía micos aparejados. Así que, aunque no sea cierto, presumamos que el lustre y fama de Cervantes se debe a que nos copió el hablado a los chapines. ¡Chilamierda! Total, el Baldy se fusiló una tesis doctoral y no pasó ni roncha.
Pero ya hablando la neta, lo que les estoy diciendo es verífico, pues se puede verificar. Hace diez años nos visitó un señorón de bordón y levita, el meritito Director de la Rial Academia Española de la Lüenga, para informarnos que en la edición de 2014 del amansaburros, incorporaron mil 39 guatemaltequismos.
A partir de entonces, con corrección lexicográfica ¡lamido el pisarrín! la mara de todo el mundo extranjero y ajeno, que se dedica al “güirigüiri” en español, va a poder decirle hueco a su presidente y reclamarle que se bombeó el pisto del presupuesto, exigirle que no sea coche ni pajero, y advertirle que si no devuelve las fichas le van a dar morongao le van a tronar el cutete. Imagínese cómo somos de chispudos los chapines, que enriquecemos el idioma y la cultura política del orbe. ¡Somos cabál como don Quijote! cargando a memeche clavos ajenos, bien pizotes, pero con tenis.
Pero ni creyan que el asunto es novedá. Varios autores propios y ajenos se han dedicado a volarle lente a este asunto. Jorge Luis Arriola se carneó el “Pequeño diccionario etimológico de voces guatemaltecas”, en 1954, el mero año en que los grenchos nos invadieron para imponernos a Caradihacha Castillo Armas, y a toda la sarta de cacos que nos han desgobernado y desvalijado. Después, en 1971, Daniel Armas publicó el “Diccionario de la expresión popular guatemalteca”. Posteriormente, Alba María Ciani se discutió, en 1989, el libro “Así hablaban los abuelos”.
La obra más completa sobre este berenjenal es la del tal Chejo Morales Pellecer, “Diccionario de guatemaltequismos”, publicada por Edinter, en 2001. Para armar el diccionario don Chejo tuvo que sudar la camiseta, pues recopiló más de cuatro mil guatemaltequismos. Con esa obra usted va a poder chapinizar a sus chirices, porque ahora ya solo hablan de tuitear, de feisbuquear, de guasapear, y otro titipuchal de expresiones gringas. Así se van a enterar que chirmol es tanto un recado de tomate, como un asunto revuelto; que buitre significa vómito; que sobijear es manosear, tentar; que sirimba le dicen a la panza que tiene la vecina, por andar de pava con un su casero que se la trincó y salió despetacado, para no hacerse cargo del ishto.
Don Chejo también nos explica, con paciencia y buen modo, que los chapines hablamos voceándonos, o sea tratándonos de vos; que nos putiamos, usando malas palabras, como decía mi abuelita; que abreviamos los nombres de los lugares, como Toto o Pana; que poray por Xela sustituyen la doble erre por sh y dicen hoshible; y que en oriente en lugar de decir golpear, dicen golpiar, y que a la hache, por muda, la sustituyeron ¡a güevo! por la g. También nos cuenta que anteponemos un adjetivo posesivo a los objetos y los llamamos con diminutivos, cariñosamente; así decimos: “quiero tomarme un mi cafecito con un mi panito con frijolitos”.
Los lingüistas y los arqueólogos nos explican que esto último es un aporte de los indígenas al español, pues en los idiomas mayances se le da mucha importancia a los números y a la dimensión de las cosas, anteponiendo el posesivo para denotar cercanía y afecto. De allí que digamos tengo una mi traidita, o ese político es un hijo de sesenta mil putas. Al decir que la traidita es una, denota que es única, y el diminutivo, que es querida; en el otro caso, el número superlativo de sesenta mil denota el tamaño de la maldad del político.
Usté también trate de mejorarle el paladar a sus patojos, nos los lleve a tragar shucos y hamburguesas; deles a probar iguana en iguashte, pollo en jocón y buñuelos con panela, y que se los bajen con un bucul de fresco de súchiles. Si jaman bien, piensan mejor. Apágueles la tele y enséñeles a jugar chajalele, tipaches, tuero y chibiricuarta. Si se ponen malmodosos, busque un acial y zámpeles un par de mameyazos.
Varios e ilustres tatascanes de la casaca fina han contribuido a este esfuerzo de enriquecer los chapinismos, entre los que destacan don Miguelón Asturias y don Alfredo Balsells Rivera y, por supuesto, los obreros de la palabra, los maistros Manuel José Arce, con su columna “Diario de un escribiente» y el inolvidable Gato Viejo, don Maco Quiroa, con su columna “Shute ques uno”.
Así las cosas, sigamos siendo creativos en Chapinlandia, hablando como nos gusta, inventando locuciones, que es el conjunto de palabras que dan sentido a la expresión. Este Año Nuevo, atipújese de chunto o tamales colorados, arrempújese un su cuto –uno nomás- y agarre juerza para no amisharse y decirle a su múcura que es la pura brasa, el manjar de su empanada, el chinchín de su posada, la más dulce tecla de su marimba, y juntos brinden porque ¡Guate escalidá!
Hoy termino con un pensamiento del mero tatascán de la cultura chapina, don Güicho Cardoza y Aragón: “Yo no pienso como indio ni como criollo, mestizo o español. Pienso, simplemente como guatemalteco”.