Bernardo Arévalo ya casi finaliza su primer año de gobierno cuando han transcurrido 28 años desde la firma de la paz en Guatemala. En su discurso conmemorativo de dicha efeméride, el Presidente dijo “Esta fecha nos recuerda el compromiso con el desarrollo, la justicia y la paz para todas y todos los guatemaltecos”. Esta visión le da sentido estratégico a su gobierno.
El trabajo de Bernardo Arévalo durante el 2024 ha sido cuesta arriba. Navega contracorriente. Es un hombre demócrata y republicano, que ha demostrado un escrupuloso respeto a los principios que rigen tal régimen. De su honradez nadie duda.
Las contracorrientes son, entre otras, las siguientes: unas cortes significativamente cooptadas por las redes político criminales, un Congreso de la República con una conducta donde los bien intencionados diputados oficialistas se mueven en una superficie gelatinosa, un equipo de gobierno que no expresa suficiente homogeneidad respecto de la implementación de la voluntad presidencial (el aún escaso cumplimiento del Acuerdo Agrario que firmó el Presidente con el movimiento campesino es un claro ejemplo de ello), una importante frustración de la gente ante lo que pareciera ser un liderazgo sin suficiente fuerza para responder a las expectativas populares que su elección produjo y gran incertidumbre de lo que sucederá a nivel internacional, particularmente en los Estados Unidos, respecto de mantener a dicho actor estratégico de su lado. La punta del iceberg constituido por todas esas condiciones es el grotesco Ministerio Público.
Pareciera entonces que Bernardo Arévalo tiene dificultades para conducir un barco que va contracorriente. Se le demanda “firmeza” y que “recupere” la esencia que caracteriza una democracia republicana (respeto al voto ciudadano que lo empoderó y la efectiva separación de poderes).
Sin embargo, yo afirmo que el Presidente Arévalo tiene las cualidades para “sentar las bases para cambiar el país”, como una vez le escuché decir. Pero para que pueda ser exitoso, se requiere que ocurran al menos los elementos que a continuación refiero.
Debemos superar las subjetividades que nos hacen ignorar la realidad y confundirla con nuestros deseos. Me refiero a las correlaciones de fuerzas existentes para definir el orden de las prioridades políticas a enfrentar.
Y esas correlaciones de fuerza hay que construirlas, en primer lugar, desde el espacio de quienes coincidimos en el propósito de recuperar la institucionalidad estatal ahora sustancialmente cooptada por las redes político criminales. El Presidente, la Vicepresidenta, su gabinete y la bancada oficial deben actuar como un solo actor político, bajo el liderazgo del primero. Y esto no es autoritarismo, es realismo político y renuncia a las aspiraciones personales y particulares que debiliten la necesaria “unidad de mando y de acción”. No hay que irse con la finta del democratismo disfrazado de democracia.
En este mismo espacio, pero fuera del núcleo gobernante, están los aliados sociales estratégicos. Ellos son la esencia de la fortaleza social y política del Presidente (los pueblos indígenas y los campesinos). También están acá los actores sociales que coinciden con los objetivos del Presidente pero están desesperados y, en tal condición, atizan contradicciones entre quienes están del mismo lado.
Y, desde afuera de dicho espacio, la construcción de alianzas con otros actores sociales y políticos es trascendental, siempre y cuando no se hagan sacrificando las aspiraciones de los ya referidos aliados sociales estratégicos.
Ciertas élites empresariales deberían ser aliados del Presidente, particularmente en su interés por rescatar la institucionalidad estatal cooptada por los mafiosos.
Paralelamente, las alianzas internacionales continúan siendo esenciales, especialmente con los Estados Unidos, ahora encabezado por el díscolo Trump. Hay que buscar, con dignidad (cualidad irrenunciable), los puntos de coincidencia que podamos tener.
Dicho todo lo anterior, permítanme decirles lo más importante hoy: ¡Que tengan un muy feliz año nuevo!