Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

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Poco o nada tienen que celebrar los Pueblos indígenas en su día oficial, pues son escasos los avances en la concreción de sus derechos, y hay muchos retrocesos, especialmente en Guatemala, donde cada día son más pobres, más desnutridos y más reprimidos.

El 9 de Agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos indígenas, establecido por la Asamblea General de la ONU en 1994. Según esta instancia, hay más de cinco mil Pueblos indígenas, que suman 476 millones de personas, que habitan en 90 países. De ellas, unos 50 millones viven en América, constituyendo aproximadamente el 12% de los habitantes del continente, alcanzando en ciertos países entre el 60 y el 80% del total nacional.

Los territorios indígenas constituyen el 28% de la superficie mundial y contienen el 11% de los bosques, lo que posiciona a estas poblaciones como custodios clave de la biodiversidad. Sus prácticas de subsistencia, que permiten generar entre el 50% y el 80% de sus alimentos, destacan la importancia de sus sistemas alimentarios en la conservación ambiental y la soberanía alimentaria.

A pesar del reconocimiento del aporte de los Pueblos originarios para el conjunto de la humanidad, como depositarios de la diversidad cultural y principales conservadores de la diversidad biológica del planeta, tradicionalmente han sido discriminados por la sociedad y la cultura dominante.

En opinión del escritor y cronista Eduardo Galeano, “Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso. Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no las ve”.

Al menos el 40% de las 7,000 lenguas utilizadas en todo el mundo están en peligro de desaparecer. Se trata de lenguas especialmente vulnerables porque muchas de ellas no se enseñan en la escuela ni se utilizan en la esfera pública. Las de los Pueblos indígenas son las más amenazadas.

Galeano sostiene que “Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a los indios de sus símbolos de identidad. Se les prohíbe cantar y danzar y soñar a sus dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados y soñados en el lejano día de la Creación. Desde los frailes y funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los indios en nombre de Cristo: para salvarlos del infierno, hay que evangelizar a los paganos idólatras. Se usa al Dios de los cristianos como coartada para el saqueo”.

“El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América: Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “Cierren los ojos y recen”. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.

“Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la miseria”.

Naciones Unidas sostiene que el objetivo de los beneficios compartidos o del derecho a su libre determinación constituye una corrección de las injusticias históricas sufridas como resultado de la colonización y de haber sido desposeídos de sus tierras, territorios y recursos, lo que les ha impedido ejercer su derecho al desarrollo de conformidad con sus propias necesidades e intereses.

El Estado de Guatemala ha ratificado los más importantes tratados internacionales sobre derechos de los Pueblos indígenas, pero en sus políticas públicas los sigue discriminando y excluyendo, pues la verdadera política de un gobierno se refleja en el presupuesto público.

Según un estudio del ICEFI, de agosto de 2017, por cada quetzal invertido en población no indígena, el Estado tan solo invierte 45 centavos en los Pueblos indígenas. Del presupuesto total de 2015, solamente una cuarta parte fue destinada a los Pueblos indígenas, lo que equivale al 2.2% del Producto Interno Bruto (PIB), contra el 6.5% de las inversiones dirigidas a la población no indígena.

Con su irónica sabiduría, Galeano reitera que “Los doctores del Estado moderno, en cambio, prefieren la coartada de la ilustración: para salvarlos de las tinieblas, hay que civilizar a los bárbaros ignorantes. Antes y ahora, el racismo convierte al despojo colonial en un acto de justicia. El colonizado es un sub-hombre, capaz de superstición pero incapaz de religión, capaz de folclore pero incapaz de cultura: el sub-hombre merece trato subhumano, y su escaso valor corresponde al bajo precio de los frutos de su trabajo. El racismo legitima la rapiña colonial y neocolonial, todo a lo largo de los siglos y de los diversos niveles de sus humillaciones sucesivas”.

Después de cinco siglos de racismo, discriminación y exterminio, los Pueblos originarios resisten, hablan sus idiomas, visten sus trajes, comen sus exquisitos platillos y, porfiadamente, se han convertido en una fuerza ciudadana que construye futuro, como en México y Guatemala.

En nuestro país, la democracia sobrevivió gracias a los Pueblos indígenas que, en la calle, reescribieron el principio constitucional de que la soberanía radica en el Pueblo, y por eso Bernardo Arévalo es presidente. Sin violencia, las Varas de la Dignidad demostraron que otra Guatemala es posible: plural, diversa, democrática.

Asumámoslo, la Guatemala del futuro será con los indígenas, o no será.

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