Del 15 al 17 de marzo, la Federación Rusa, el país más grande del mundo, con 17 millones de Kms. cuadrados y 143.442 millones de habitantes, recién celebró elecciones presidenciales, mientras libra una guerra en Ucrania.
Se postularon 11 candidatos a la Presidencia rusa, pero solamente cuatro llenaron los requisitos para contender por el alto cargo: Vladislav Davankov, candidato del partido Gente Nueva; Vladímir Putin, candidato autoproclamado y actual jefe de Estado; Leonid Slutski, candidato del Partido Liberal Democrático de Rusia (LDPR, por sus siglas en ruso); Nikolái Jaritónov, candidato del Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR).
El presidente Vladimir Putin fue reelegido para un tercer mandato consecutivo con el 87% de los votos, el porcentaje más alto de victoria en una elección presidencial en Rusia, desde la disolución de la Unión Soviética. La participación en las elecciones presidenciales rusas superó el 77.44% del censo, la cifra más alta de toda la historia electoral en la era moderna de Rusia, según la Comisión Electoral.
Delegaciones de observadores internacionales de 36 países participaron en los comicios, incluidos de 30 parlamentos nacionales, así como de 5 organizaciones internacionales. Entre otras, la Asamblea Interparlamentaria de Naciones Miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la Asamblea Parlamentaria de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la Asamblea Interparlamentaria de la ASEAN, la Organización para la Cooperación Islámica y el Parlamento Centroamericano (PARLACEN). En total, en las elecciones presidenciales se presentaron más de 200 observadores parlamentarios, además de decenas de expertos electorales.
A pesar de ser unas elecciones altamente observadas, fueron cuestionadas por diferentes países occidentales, muchos de los cuales anunciaron que analizan si reconocerán el triunfo de Putin, pero sin atreverse a oficializarlo.
Lo anterior, en el marco de una doble moral, pues esos mismos países no cuestionan que los dos candidatos a contender en las próximas elecciones presidenciales de EE. UU. están siendo procesados penalmente por graves delitos, como terrorismo y sedición, como es el caso de Donald Trump, sindicado de haber promovido el asalto al capitolio, en las elecciones pasadas.
El arrasador triunfo de Vladimir Putin se da en una coyuntura en la que los expertos militares consideran que Ucrania ya ha perdido la guerra, y que es solamente una cuestión de tiempo para su capitulación, especialmente ahora que se avecinan las tormentas de primavera y verano, que inutilizan a los tanques y otros blindados, que se quedan varados en el lodazal, como sucedió el año pasado.
El presidente Zelensky se encuentra de gira internacional, suplicando a sus aliados por fondos, armamento y municiones. De los U$60 mil millones ofrecidos inicialmente por EE. UU. solamente recibió U$300 la semana pasada. Ni EE. UU. ni la OTAN le proporcionarán aviones de combate, su principal demanda, pues se requieren más de dos años de entrenamiento para los pilotos. Igual sucede con los misiles de largo alcance, capaces de golpear en Moscú, y convertir la guerra regional en una conflagración mundial.
La principal empresa fabricante de municiones para aviones y blindados, de origen alemán, recién anunció que ya no puede surtir parque, pues la República Popular China tiene un año de no suministrarle algodón balístico, el cual no produce nadie más a gran escala. Agregó que alcanzar las existencias de parque que tenían al principio de la guerra, les llevará diez años.
Pero Ucrania se enfrenta a un problema mayor, como es la falta de combatientes, dado los millones de bajas sufridas. Actualmente, los conscriptos son literalmente capturados en las calles, y llevados al entrenamiento forzoso.
La Casa Blanca admitió, este 19 de marzo, que el Ejército ucraniano está perdiendo terreno en el frente de batalla, a medida que aumentan las tensiones en Europa, con la construcción de la mayor base de la OTAN en ese continente, aduciendo la creciente amenaza militar rusa.
Algunos países de la Unión Europea (UE) han propuesto financiar la guerra y la reconstrucción de Ucrania con los fondos que le han confiscado a Rusia, acción que podría provocar la debacle económica europea.
Las autoridades de la UE y EE. UU. han bloqueado activos rusos por un total de 300,000 millones de euros. De ellos, 190 están depositados en el sistema europeo de compensación y liquidación de valores financieros, conocido como Euroclear. En 2023, el depositario ganó 4,400 millones de euros al invertir los activos congelados de Rusia. Bruselas considera admisible transferir esos fondos a Kiev.
La posible transferencia de los activos rusos congelados a Kiev, fue definida el martes 19 de marzo, por el senador estadounidense Rand Paul, como un acto de guerra económica, que esfumaría la esperanza de una salida diplomática al conflicto y dejaría una Ucrania «destruida». Además, podría provocar una corrida financiera de los países no europeos, dejando vacías las arcas de Euroclear, y a la UE en grave riesgo económico.
La Comisión Europea considera que los elevados riesgos de Euroclear son reales. Es evidente que la confianza en el depositario, en los mercados europeos y en el euro como moneda, se verá permanentemente afectada. Desde Rusia catalogaron de «robo descarado» la congelación de las inversiones rusas en la UE, porque violaban todas las reglas y normas del derecho internacional.
Mientras tanto, desde el otro lado del mundo, China, el gigante asiático, extendió sus felicitaciones a Vladímir Putin por su victoria electoral en Rusia. El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Lin Jian, aseguró durante una conferencia de prensa que Rusia es uno de los mayores socios de cooperación estratégica de China.
“Rusia y China son los mayores vecinos y socios en la cooperación estratégica integral en la nueva era», dijo el funcionario, añadiendo que «bajo el liderazgo estratégico» de sus presidentes, las relaciones entre ambos países «seguirán avanzando».
Muchos otros países, que no responden a la hegemonía atlántica, como India, también saludaron el triunfo de Putin, habiéndose convertido en el principal comprador del combustible ruso que la UE dejó de adquirir.
En el ínterin, Beijing avanza con la Nueva Ruta de la Seda china, un proyecto para conectar el país con Asia y el resto del mundo y ganar influencia económica y política a nivel global. Consiste en establecer dos rutas combinadas, una de infraestructuras terrestres y otra marítima, con inversiones millonarias.
Así, mientras la influencia de EE. UU. y la OTAN declina, Rusia y China tejen una alianza estratégica que les permitirá una era de hegemonía geoestratégica.