A los hombres y mujeres quemados en Ciudad Juárez, quienes buscaban el sueño americano, víctimas de la indolencia de los países de origen, tránsito y destino.
Esta Semana Mayor es una época propicia y obligada para reflexionar sobre la ingratitud que, como sociedad, tenemos hacia nuestros hermanos migrantes, quienes sostienen la economía nacional, levantan las cosechas en el norte, y ni siquiera se les permite ejercer su voto en el sistema sociopolítico que les expulsó de su terruño.
Quienes hemos sufrido el exilio forzado, sabemos el dolor que entraña dejar a la familia, la comunidad y la patria. A unos nos tocó emigrar por razones políticas, mientras que la gran mayoría lo hace por hambre y, sobre todo, por la carencia de un futuro con justicia y desarrollo.
El migrante –niño, mujer u hombre– es tratado como delincuente o terrorista en su trayecto. Ahora, diputados racistas republicanos acusan a los migrantes mexicanos de ser quienes introducen el fentanilo a Estados Unidos (EE. UU.), pero no hacen nada para que los jóvenes pobres de su país dejen de consumirlo como maná del cielo, y no se ocupan de los 34 millones de estadounidenses que sufren hambre y desamparo.
Desde que salen de Guatemala, niños, hombres y mujeres sufren un desarraigo brutal, pues además de separarse de su familia y de su comunidad, dejan su idioma, su cultura (gastronomía, música, rituales sociales y religiosos) y, lo más grave para la población campesina e indígena, es despojarse de la tierra, que venden o hipotecan para pagarle al coyote o pollero, cantidades desorbitantes por mal guiarlos hacia el norte.
Lo que más me impresiona son las niñas y los niños sin acompañante que, como los argonautas de antaño, se aventuran a una travesía que les depara sed, hambre, explotación, represión policial y abusos sexuales. Cada uno de estos infantes se gradúa de guerrero antes de llegar a la adultez. Después de ese viaje, de ese viacrucis, nada le puede asustar. Esos son los ciudadanos de primera que perdemos, debido a un sistema clasista, racista y discriminador, que les niega patria, vida y futuro. El Instituto Guatemalteco de Migración (IGM) reportó que en 2022 unos 15, 775 infantes fueron repatriados; más del 40% viajaban solos.
Decenas de compatriotas han muerto de sed en el desierto, han sido secuestrados y asesinados por el narco, y ahora les tocó morir abrasados en un refugio provisional en Ciudad Juárez. Sin embargo, nada, absolutamente nada frena el flujo migratorio, pues el infierno del que salen es mucho peor.
En su obra clásica, la “Divina Comedia”, Dante Alighieri plasmó una obra compasiva, que refleja el peregrinaje del ser humano en busca de “la Luz”; es el descubrimiento del hombre hacia Dios, con la ayuda de la razón y de la fe. El poema es una epopeya religiosa que narra con realismo un viaje, es un canto a la humanidad. Guiado por su maestro, el poeta Virgilio, Alighieri recorre los nueve círculos del infierno, y relata los horrores que allí sufren los pecadores. Como ese viaje concéntrico al centro del hades es el viacrucis de los migrantes, con la diferencia que ellos no son pecadores, sino víctimas de nuestra falta de humanismo, de nuestra carencia de solidaridad, de nuestra ingratitud.
Guatemala es el quinto país más pobre de América Latina y el Caribe, el quinto con mayor inseguridad alimentaria a nivel mundial y acusa la tasa de desigualdad de tenencia de la tierra más alta del mundo. Esta dantesca realidad estructural, sumada a la cooptación del Estado por el Pacto de Corruptos, el latrocinio y la impunidad sin límites han agravado la migración. Se estima que había 1.3 millones de inmigrantes guatemaltecos viviendo en Estados Unidos en 2020, un 44 por ciento más que en 2013, y más de la mitad de ellos vivían irregularmente en el país del norte, sin ningún apoyo del Gobierno guatemalteco.
Solamente el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha propuesto “cortinas de desarrollo”, para que las carencias no fuercen la emigración. Ha propuesto y financiado dos programas emblemáticos para el sureste de México y el triángulo Norte de Centroamérica: Sembrando vida y jóvenes construyendo futuro. El primero les paga a los campesinos por sembrar árboles frutales y maderables en su parcela, y el segundo les da a los jóvenes un recurso para que se sostengan mientras un tutor les enseña algún oficio o destreza. Ambos programas se desarrollan exitosamente en tres países, salvo Guatemala, pues el corrupto gobierno de Giammattei pretende manejar los fondos, lo cual no es permitido por la cooperación mexicana.
En el transcurso del año 2022, Guatemala registró una cifra histórica de remesas familiares, las cuales alcanzaron US$18 mil 040 millones, lo cual equivale a un crecimiento interanual del 18%, según informó el Banco de Guatemala. De acuerdo con las autoridades monetarias, el ingreso de estas divisas equivale al 19 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Sin embargo, el Estado de Guatemala ni siquiera promueve el derecho de los migrantes a elegir y ser electos.
“Es probable que ninguna combinación de intervenciones de desarrollo o aplicación de la ley de inmigración reduzca significativamente la migración irregular a corto plazo, por lo que brindar opciones de migración legal ayudaría a garantizar que una mayor parte de este movimiento ocurra de manera segura, ordenada y regular”, propone un estudio de Pop Noj y el Migration Policy Institute (MPI). “Este puede ser el tema más importante a abordar en el corto plazo cuando se trata de gestionar la migración irregular desde Guatemala”, sostiene el documento.
Para que la migración se reduzca, debe haber desarrollo y paz en Guatemala, lo cual implica frenar la corrupción y la impunidad, o sea, promover un cambio cualitativo en el gobierno, en el Congreso y en la administración de justicia. En conclusión, necesitamos un milagro descomunal esta Semana Santa.