Víctor Ferrigno F.
Alejandro Giammattei es el penúltimo presidente peor evaluado (19%) en América Latina, según una encuesta publicada por la empresa Cid Gallup hace cinco días. En marzo pasado, un estudio de opinión de la firma ProDatos reportaba que el 64.3 por ciento de la población guatemalteca está en desacuerdo en cómo el presidente Giammattei y su equipo ha manejado la pandemia. Los hechos reafirman este estudio, pues el lunes pasado fue el día con mayor número de contagios (17,570) desde que se inició la pandemia; o sea que retrocedemos en materia sanitaria.
En el ámbito social, los indicadores son patéticos, pues los estudios revelan que en Guatemala el 61.6 % de las personas viven en pobreza multidimensional, es decir, seis de cada 10 guatemaltecos enfrentan privaciones en el 30 por ciento o más de los indicadores ponderados incluidos en el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM-GT). Para colmo, en Guatemala se esperan 4.6 millones de personas en situación de crisis o emergencia de inseguridad alimentaria aguda para el período de mayor hambre estacional, de junio a septiembre de 2022, según el Sistema de la Integración Centroamericana, una prevención extremamente alarmante.
Todo lo anterior es la causa estructural de que Guatemala ocupe la posición 127 de 189 países, en la medición del Índice de Desarrollo Humano (0.633), siendo el más bajo de Latinoamérica, como resultado de políticas excluyentes y regresivas.
Este año, Guatemala alcanzó su peor calificación en el Índice de Percepción de Corrupción, que publica la organización Transparencia Internacional (TI) desde 1996, siendo el quinto país peor evaluado del continente. Peores credenciales imposible.
La corrupción campea en todos los ámbitos del Estado y de la sociedad, promovida y permitida por el Pacto de Corruptos que ha copado toda la institucionalidad pública, incrementando la migración de la población excluida hacia el norte. Esta triste realidad ha enfrentado al gobierno de Giammattei con los Estados Unidos de América, potencia que ha sindicado, en la denominada Lista Engel, como corruptos y antidemocráticos a múltiples aliados del mandatario, desde la Fiscal General, hasta magistrados y militares, pasando por diputados y empresarios venales. Giammattei ha respondido furibundo, alegando que las acusaciones contenidas en la Lista Engel violentan la soberanía nacional.
Es en el marco de ese complejo tinglado de problemas sociales, rechazo ciudadano, y aislamiento internacional, que Alejandro Giammattei viajó a Ucrania, y en un comunicado conjunto condenó a Rusia y llamó a una unidad internacional contra Moscú.
Ucrania es una potencia alimentaria e industrial, gran productora de fertilizantes e insumos agrícolas, pero el mandatario guatemalteco se limitó a pactar la supresión de visas, para que podamos visitar a un país en guerra, del cual han emigrado más de seis millones de ciudadanos, y un programa de becas y pasantías para estudiantes.
En el anterior contexto, es más que justificada la pregunta ¿qué busca Giammattei en Ucrania? Obviamente, busca impunidad y asilo para cuando termine su periodo gubernamental, para él, para Miguelito y su clica de corruptos.
Sin embargo, la anterior respuesta es plausible, pero insuficiente. ¿De quién es la mano que mece esta compleja cuna geopolítica? Son varias las fuerzas que intervienen y usan a Giammattei como un peón del ajedrez político internacional, en el marco de una guerra de quinta generación, dirigida por EE. UU. contra Rusia, ahora, y contra China después.
En Ucrania, Rusia está ganando terreno y derrotando a las fuerzas militares ucranianas, pero ha perdido la guerra mediática en Occidente. Por ello es que se conocen poco las atrocidades de los neonazis ucranianos contra los ciudadanos de las provincias separatistas de Donetsk y Lugansk, reconocidas como países independientes por Rusia, Siria, Corea del Norte, Bielorrusia, Nicaragua, Abjasia y Osetia del Sur. Esa represión ha sido encabezada por el Batallón Azov, una fuerza paramilitar, de corte neonazi, adscrita al Ministerio de Defensa de Ucrania, al comenzar la guerra.
Las fuerzas nacionalistas neonazis han copado muchos espacios en el gobierno ucraniano, identificadas bajo el movimiento banderista, fundado por Stepan Bandera, al final de la Segunda Guerra Mundial. En 1950, cuando ya trabajaba para la CIA, Bandera, excolaborador de los nazis y responsable de crímenes de lesa humanidad, escribió: “La línea general de nuestra política de liberación se basa en que una lucha por un Estado ucraniano independiente es una lucha contra Rusia, no sólo contra el bolchevismo sino contra el imperialismo ruso expansionista, que ha sido típico del pueblo ruso”.
Así, los neonazis banderistas en Ucrania, y sus aliados en el extranjero, que con la guerra cobraron carta de legitimidad, necesitan de un político aislado y díscolo como Giammattei, para atacar a Rusia y China, y tratar de frenar su creciente incidencia en América Latina, aunque sea mínimamente.
En Centroamérica, todos los países tienen relaciones diplomáticas con Rusia, y la mayoría con China, mientras Guatemala se presenta ante EE. UU. como la única nación que privilegia sus relaciones con Taiwán, y condena a Rusia sin ambages. Esto, para mitigar las diferencias con la potencia del norte, y para tomar distancia de las mafias rusas con las cuales negoció las sobrevaloradas vacunas Sputnik, y las concesiones niquelíferas en el Estor, que dieron origen a la afamada alfombra mágica, cargada de sobornos para el mandatario.
Aunque el viaje de Giammattei a Ucrania parezca descabellado, fue aplaudido por la Embajada de EE. UU. en Guatemala, lo cual es un indicio que la débil cruzada anti rusa fue orquestada con Washington.
Desde 1982 para acá, por distintas causas, han sido procesados los mandatarios Ríos Montt, Mejía Víctores, Serrano Elías, Arzú Irigoyen, Portillo, Colom, Pérez Molina, y Jimmy Morales. Con la cooptación del Estado la alianza criminal intenta frenar los procesos judiciales, pero Alejandro Giammattei, además, busca una retaguardia para cuando finalice su mandato, aunque sea en un país en guerra y cobijado por fuerzas neonazis que, en el Este de Ucrania (Donbas), cometieron masacres similares a las perpetradas en Guatemala, durante conflicto armado interno. Se trata, pues, de un intento de cubrirse con el manto de la impunidad, aunque esté manchado de sangre.