Sergio Penagos
Los resultados oficiales del proceso electoral del 25 de junio, en la elección presidencial, hicieron saltar las alarmas para despertar al dinosaurio anticomunista, que todavía está aquí vivito y esperando la oportunidad para emerger, con prontitud y fuerza, con su mensaje oportunista que lleva muchos años vegetando en el sistema educativo, religioso y político del país, al pasar a la segunda vuelta el doctor (de verdad, no con título comprado ni tesis plagiada) Bernardo Arévalo, su apellido alborotó el imaginario fortalecido por largos años de dictaduras sanguinarias y criminales, interrumpidas por los diez años de primavera, en este país de la eterna corrupción.
Los criollos y sus seguidores de pronto desentierran al primer doctor en Pedagogía y Ciencias de la Educación de Guatemala, graduado con título legal y tesis original, Juan José Arévalo, respondiendo al refrán bíblico: nadie es profeta en su tierra, porque pocas personas saben quién fue, que hizo y cuál es su obra. Como una ilustrativa anécdota, cuando en los años 60 lo buscaron para ser candidato a presidente, la CIA se lo informó al presidente Kennedy y él preguntó ¿Es el que escribió el libro El tiburón y las sardinas? No se refirió a él como alguien comunista, sino como un escritor reconocido por su posición anti imperialista.
En 1956 se edita este libro que conmueve a las juventudes de América hispana durante casi dos décadas. Su título: Fábula del Tiburón y las Sardinas, su autor, el guatemalteco Juan José Arévalo (1904-1990). Las sardinas son los pequeños países de América Central; el tiburón, los Estados Unidos, principal respaldo de la empresa bananera United Fruit Company. Eran los tiempos de la guerra fría y Fidel Castro aún no había tomado el poder en Cuba; pero Arévalo ya era catalogado como comunista por la CIA para justificar la invasión. Arévalo no era comunista e impulsaba un particular socialismo espiritual que despertaba el temor a lo desconocido.
Graduado como maestro de educación primaria en 1922. Viaja a Argentina en donde obtiene el doctorado en Filosofía y Ciencias de la Educación, en la Universidad de La Plata. Regresa a su país en 1934 con la idea de crear una Facultad de Filosofía y Letras. No era un buen momento porque gobernaba el dictador Jorge Ubico, el acomplejado imitador de Napoleón que se adelantó a Benito Mussolini y Adolfo Hitler en el reconocimiento al generalísimo Francisco Franco, cuando asaltó el poder y destruyó la república española. En el libro: Miguel Ángel Asturias. Casi novela, Luis Cardoza y Aragón lo describe así: el general Ubico no fue un déspota ilustrado, ni siquiera inteligente, ni siquiera tonto, ni siquiera mediocre o pintoresco y con alguna visión creativa, con alguna originalidad o generosidad. No fue más que un generalote primario, incapaz y fatuo. Fue un tubo digestivo con uniforme, que regó sus heces fecales por todo el país.
Como buen criminal, Ubico otorgó a la United Fruit Co. licencia para matar a los obreros que participaban en las disputas con la patronal, por el maltrato y las malas condiciones laborales. En estas situaciones era común que a los patronos se le permitiera utilizara el látigo, cepos y cárceles. En su paroxismo criminal emitió el Decreto 1816 para legalizar el asesinato, al eximir de responsabilidad penal a los finqueros cuando mataban personas, con el pretexto de proteger sus bienes y tierras. El tirano odiaba a los maestros, los poetas y los periodistas; a pesar de eso, en una arrogante muestra de cinismo, ordena la designación de Arévalo como inspector general de escuelas, un cargo que hasta entonces no existía, así convierte al recién llegado en el único inspector para todo el territorio nacional, una tarea imposible. Arévalo regresa a Argentina y da clases en la Universidad de Tucumán. En 1944, Ubico termina derrocado y Arévalo es postulado candidato a la presidencia de Guatemala. Regresa en septiembre de ese año y en las elecciones de diciembre obtiene más del 86 por ciento de los votos. Después de 60 años, es el primer mandatario guatemalteco que logra cumplir su mandato constitucional (1945-1951). Claro que para lograrlo tiene que enfrentar 32 tentativas de golpe de Estado.
Fue un presidente visionario y algunos de sus sueños ahora se están cumpliendo. Fue muy claro al señalar que las universidades se justifican por la calidad superior de sus maestros. Si en su seno no se encuentra esa clase de docentes, lo mejor es cerrarlas para evitar que degeneren en negocio y simulación. Son baluartes de la democracia, pues toda universidad bien organizada es, por esencia, una democracia. Cuando fundó la Facultad de Humanidades recalcó que ella no estaba llamada a crear figuras políticas, pero sí a formar personalidades, figuras morales al servicio de la República, cuyo ejemplo, discurso y acciones llenen de fe, coraje y abnegación a la juventud.
Justo para los usurpadores.