Edgar René Ortiz

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Edgar Ortiz

El pasado 25 de junio, Guatemala vivió una jornada electoral que dejó algunas sorpresas. Aunque las encuestas anticipaban que Sandra Torres, del partido UNE, se posicionaría en primer lugar, nadie esperaba que Bernardo Arévalo del partido Semilla, asegurara el segundo lugar y avanzara a la segunda vuelta electoral, prevista para el 20 de agosto.

Sin embargo, para la UNE las cifras no resultaron tan favorables como en 2019. El partido obtuvo 254,785 votos menos que en las últimas elecciones y consiguió menos votos en todos los distritos, excepto en el distrito central (+1553 votos), Baja Verapaz (+586 votos) y Alta Verapaz (+6,022 votos). Un reflejo claro de cómo han cambiado las estructuras políticas de la UNE en comparación a hace cuatro años.

Por otro lado, Semilla se convirtió en la sorpresa de la jornada, superando ampliamente los pronósticos que apenas le otorgaban menos de un 3% de intención de voto. Al final, logró el segundo lugar con el 15.6% de los votos válidos. Semilla obtuvo el 49% de sus votos en el distrito central y el departamento de Guatemala. Otros departamentos donde tuvo una buena acogida fueron Quetzaltenango, Sacatepéquez y Chimaltenango, que en conjunto con los dos anteriores representaron el 65% de sus votos totales.

En cambio, las expectativas quedaron desinfladas para los binomios de Cabal y la coalición Valor-Unionista, quienes, pese a ser considerados como posibles contendientes por la segunda plaza, no llegaron a superar el 9% de la intención de voto.

En estas elecciones, los votos nulos y blancos alcanzaron un número asombroso: 1,354,831 votantes de los 5,557,273 emitidos, representando el 24.38% de los votos en la elección presidencial. Es notable cómo este porcentaje se disparó en la presidencial y diputaciones, alcanzando el 33.3% de los votos válidamente emitidos, en comparación con el 5% o 6% de votos nulos o en blanco que se pudo ver en muchas de las elecciones para las corporaciones municipales.

Aunque hubo un rechazo notorio al status quo, los partidos tradicionales, aquellos que se mantuvieron en la alianza legislativa oficialista, todavía consiguieron alrededor de 2.2 millones de votos.

Esto resultará en un Congreso fragmentado con más de 15 bloques legislativos. VAMOS, el partido del gobierno saliente, tendrá la bancada más grande con 39 escaños, seguido de Semilla con 23, Cabal con 18 y la coalición Valor-Unionista o Valor de forma independiente sumarán 12 escaños. Tanto Semilla como UNE deberán enfrentarse a un Congreso donde la mayoría de los escaños estarán en manos opositoras.

Estas elecciones dejan claro el castigo del electorado a algunos partidos de la coalición dominante. El resultado electoral es en gran medida producto de manipulaciones y exclusiones caprichosas de candidaturas presidenciales. La ley de las consecuencias imprevistas se ha manifestado: la exclusión de binomios como el de Prosperidad Ciudadana, Podemos o MLP, que en principio parecía beneficiar a los más conocidos (como en 2019), finalmente ha volteado la balanza de formas imprevistas.

Los resultados sorpresivos y el alto número de votos nulos y blancos enfatizan una marcada insatisfacción con el panorama político actual. Sin lugar a duda, la segunda vuelta promete ser un evento único, diferente a las experiencias previas. La UNE deberá jugar contra un fuerte antivoto y arreciará sus esfuerzos por proyectarse como una opción conservadora, algo que contrasta con la forma en que hizo gobierno entre 2008 y 2012.

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