Sergio Penagos
Para este 25 de junio, como se está maquinando (urdir, tramar algo oculta y artificiosamente), dos mujeres se disputarán el voto de las personas empadronadas que asistirán a emitir el sufragio. Ese día se completará la estrategia gatopardista, de cambiar al gobernante para que todo siga igual, puesta en marcha desde las más altas esferas del poder real y del poder formal, de este sufrido país racista y excluyente.
¿Por qué sólo dos mujeres? Porque a la tercera aspirante se le niega la participación, primero por ser indígena ¡Qué horror una india en la presidencia! Eso sería una terrible afrenta para el poder económico y el conglomerado que se considera criollo, ladino y cristiano. Segundo, por aventajar a las otras dos candidatas en las encuestas. Tercero, por el sempiterno temor a la población nativa que es mayoritaria.
En el descarado proceso de allanar el camino a la candidata, ya considerada ganadora, se están utilizando las más burdas excusas, trampas y amañados procesos judiciales, sin asomo de delicadeza y con total cinismo para avalar legalmente su candidatura, ocultando su impedimento constitucional, a todas luces injusto, por ser hija de un golpista. La otra candidata, a la que sacaron de la cárcel para utilizarla como comparsa de este sainete electoral, se ha distinguido por prestarse a estas actuaciones que le han rendido buenos réditos. Tiene la experiencia de haberse casado con el pueblo. Es dueña de un partido político que ha sido amenazado con ser cancelado por delitos de financiamiento ilegal.
¿Qué pasa con los posibles candidatos hombres? Hay que eliminarlos a como dé lugar, sobre todo a aquellos que se han atrevido a expresar que buscarán llevar ante la justicia a los depredadores, los corruptos y a los jueces prevaricadores, lo que los coloca en desventaja frente al poder real de jueces y fiscales, comprometidos con el régimen totalitario que ya se estableció en toda la administración pública. Por supuesto que han aparecido candidatos que no entrañan peligro para el continuismo; son los que tiñen de democrático este exótico y carnavalesco proceso electoral.
Existe un detalle que ha pasado desapercibido para muchas personas. Es la gran presencia femenina en las estructuras de poder, que inciden en todo el movimiento político nacional. Ellas han participado activamente en este montaje eleccionario desde la CC, la CSJ, el MP, el Congreso y el desacreditado y servil TSE. Cinco damas que presiden o dirigen estas instituciones en las que abundan los incompetentes, los compradores de títulos académicos y otros oscuros personajes.
Hay que reconocer que el acendrado machismo chapín está siendo aherrojado por una auténtica argolla ovárica. A ellas, sólo les hace falta ocupar la presidencia de la república para adueñarse de todo el poder político nacional, inaugurando una posible larga era de un inédito matriarcado chapín.
¿Cómo se adaptarán a este nuevo sistema de gobierno los dueños del país? Ellos y sus organizaciones se han caracterizado por excluir a las mujeres de los puestos de poder, de sus cámaras y otras formas de mantener la hegemonía económica desde la independencia. Por supuesto que son muy hábiles y capaces de adaptarse al cambio o modificar las condiciones, para que las mujeres continúen ocupando los lugares en donde les han permitido actuar.
Algunas personas, que leen esta columna, es posible que se sientan intimidadas o preocupadas por la posibilidad de realización de lo leído. No tienen por qué preocuparse. No soy agorero, ni tengo el poder de anticipar situaciones futuras. Sólo me limito a expresar mi opinión en cumplimiento del derecho que me asiste, basado en el Artículo 35 de la Constitución Política de la República de Guatemala.
No es posible negar que existen antecedentes de mujeres que han ejercido, parcial o totalmente, las funciones de presidente de la república. Una se vio obligada a renunciar cuando, por fin, se sublevó la ciudadanía ante la evidencia de su mal proceder en el uso de los recursos públicos. Fue sentenciada y enviada a prisión. Ahora goza de un trato especial al cumplir parte de su condena en su casa. La otra, que se divorció de su subyugado marido con la excusa de casarse con el pueblo, también se encuentra en libertad para servir de comparsa en una, ya planificada segunda vuelta electoral, aprovechando la experiencia adquirida en las elecciones pasadas, en las que su partido logró completar 51 diputados, 32.5 % del pleno del congreso; además, más de 100 alcaldes municipales, lo que le ha permitido tener presencia en todos los departamentos de Guatemala.
¿Qué posición ocuparán las mujeres indígenas en el nuevo matriarcado? No es difícil imaginarlo. Siempre han sido marginadas y excluidas del proceso electoral, en su calidad de candidatas a ocupar la presidencia de la república. En 1948, cuando las mujeres votaron por primera vez en Guatemala, la prensa machista publicó que los maridos no tendrían almuerzo ese día. Porque sus mujeres salieron a votar.