Sandra Xinico Batz
Estamos a unos días del 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, quizá muchas personas aún consideren adecuado felicitarnos por ser mujeres y creerán que lo mejor que pueden hacer este día es mandarnos una cadena de oración o mensajes motivacionales por WhatsApp, en algunos actos protocolarios no harán falta las florecitas como regalo o alguna tarjetita que haga alusión a que “somos la creación maravillosa de Dios”, otros dirán que somos seres “especiales” porque tenemos la “capacidad” de dar a luz la vida de nuevos seres y a más de alguna la querrán “elogiar” con la canción de mujeres de Ricardo Arjona, no faltará la institución que crea o quiera creer que combate (“férreamente”) el machismo porque cada 8 de marzo se saca de la manga algún foro o conversatorio con tema de mujer. Más de alguien apelará a la “buena” intención con la que se hacen estas acciones, sin embargo, poca reflexión se provocará sobre las formas en que socialmente se legitima la violencia contra las mujeres y lo hostil que es este país para nuestras vidas.
Una violencia que se manifiesta de múltiples formas y con expresiones terribles, de problemas que requieren cambios reales y urgentes; no se debe obviar que cotidianamente se normaliza el odio a las mujeres para mantener una estructura de poder patriarcal y racista. Día a día se manda a callar a las mujeres que denuncian públicamente, remitiéndolas a poner su denuncia al Ministerio Público, ese que en 2021 desestimó más de 55 mil denuncias de violencia contra la mujer, ese que dedica su tiempo a criminalizar y hostigar a quienes luchan por sus derechos mientras defiende criminales y los protege con la institucionalidad.
Han pasado cinco años de la masacre de las niñas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, la justicia sigue ausente. La realidad de las niñas y adolescentes en estos centros tampoco ha cambiado; una combinación de clasismo, racismo y desprecio que tapa una serie de crímenes como violaciones, explotación sexual, adopciones ilegales.
Estamos frente a un problema que requiere más que discursos o conmemoraciones hipócritas; es un acto descarado y burlesco celebrar el establecimiento de la “Capital Iberoamericana Provida” mientras el encarecimiento de los servicios básicos es sofocante y parece que el alza no tiene fin; y sí, todo puede empeorar.
Felicitar a las mujeres por ser mujeres cuando por ser mujeres las matan, empobrecen y excluyen es parte de las incoherencias que pasamos por “costumbres”, como una forma de evadir la realidad. Tampoco se suele pensar en como el racismo incrementa esta violencia y las dimensiones que esto alcanza, prevalecen prejuicios racistas como el infaltable: “los más machistas son los indígenas”.
Nos enfrentamos a una sociedad acostumbrada a tratarnos como (su) servidumbre, y cuando denunciamos esto buscan insultarnos llamándonos resentidas. Nos dirán que nos hacemos las víctimas cada vez que insistamos en nombrar nuestras vivencias. Romper el silencio es un acto revolucionario cuando por cinco siglos nos han impuesto callar, se nos ha negado la palabra.