Samuel Flores

Periodista, fotógrafo y catedrático universitario, interesado en la recuperación de la memoria histórica del periodismo en Guatemala. Comprometido con la formación académica de la juventud mediante la investigación, verdad y justicia. Opositor a la corrupción, despilfarro y excesos cometidos por los gobernantes y funcionarios que se han enriquecido a base de la pobreza extrema de la población principalmente en el área rural.

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Samuel Flores

Es lamentable la muerte de al menos 55 indocumentados registrada cuando el contenedor que los transportaba chocó contra una pasarela en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Sin embargo, diariamente decenas de guatemaltecos que viajan de manera irregular se exponen al mismo peligro. Ese dramático accidente no detiene la oleada de chapines hacia los Estados Unidos, en busca del “sueño americano” que termina convertido en una “pesadilla americana”.

Las niñas, niños, (acompañados y no acompañados), mujeres adolescentes, jóvenes y adultos de la tercera edad que escapan al secuestro, extorsión, maltrato, abusos y asesinatos durante su paso por México, y alcanzan el muro que los divide con Estados Unidos, enfrentarán el riesgo de perecer en el desierto por la inclemencia del clima extremo. También se exponen a ser capturados por la Patrulla Fronteriza (Border Patrol).

Los indocumentados que logran cruzar la frontera y llegan a California, Arizona, Nuevo México, Texas, afrontarán una sociedad racista impuesta por la mayoría de ciudadanos norteamericanos. Deben buscar vivienda, alimentación, trabajo, transporte, e intentar aprender el idioma inglés a fin de adaptarse a la “pesadilla americana”.

Al haber ingresado de forma irregular a ese país se exponen a ser explotados y marginados en los empleos -por temor a ser denunciados-. Tendrán un primer trabajo que se inicia a las 03:00 am y concluye a las 15:00 horas. De 16:00 a 23:00 buscan otras ocupaciones para generar la mayor cantidad de ingresos que les permita cubrir las deudas que adquirieron en Guatemala de unos US$13 mil (unos Q100,000) que pagan al “coyote”. Se transportan en autobús, o metro, para acudir puntuales a sus labores en fábricas, restaurantes, y actividades agrícolas a las que los nacidos en ese país no aplican. A lo más que pueden aspirar es trabajar pintando viviendas, reparaciones, servicio de atención en restaurantes, recolección de chatarra para comerciarlas en las trituradoras de metales.

Alquilan apartamentos colectivos en los cuales habitan de 7 a 10 personas en la misma condición migratoria. Su vida carece de intimidad pues en cada habitación duermen en catres y literas -de tres a cuatro personas-. Al final del día no hay familia con quien compartir los triunfos o fracasos del día, su anhelo y afán diario es trabajar y cambiar las condiciones de pobreza y pobreza extrema que se vive en el área rural de Guatemala. En muchos casos afrontan la desintegración familiar.

Lentamente pierden su identidad cultural, se adaptan a una sociedad con oportunidades de trabajo, pero racista. A todo ello se exponen los migrantes guatemaltecos indocumentados para escapar de la realidad de desempleo y ausencia de oportunidades, con gobiernos corruptos y despilfarradores. Enviar una comitiva integrada por funcionarios de la Secretaría de Comunicación Social de la Presidencia, la Cancillería, y otros funcionarios, es una reacción tardía e improvisada. Para detener el flujo de migrantes hacia Norteamérica debe combatirse la corrupción, falta de transparencia, crear programas y oportunidades de desarrollo, cambiar el modelo económico imperante que expolia, explota y empobrece a millares de familias en el área rural.

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