Roberto Blum

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Adolfo Hitler se suicidó el 30 de abril hace 79 años en su escondrijo subterráneo de la Cancillería del agonizante y criminal “Reich de los mil años” y una semana después el Estado nazi fascista se rendía ante los aliados encabezados por la Unión Soviética, los Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Así, el 8 y 9 de mayo de 1945 marcaron el fin de uno de los conflictos más devastadores en la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial en su teatro europeo. En Asia la guerra se prolongaría hasta el mes de agosto en que el imperio del Japón se rendiría tras experimentar la destrucción causada por dos bombas atómicas detonadas los días 6 y 9 sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

Con el aniversario número 79 de este evento a la vista, es importante reflexionar sobre sus repercusiones y cuáles son las lecciones aprendidas. La Segunda Guerra Mundial se inició el primero de septiembre de 1939 con la invasión alemana al territorio de Polonia, involucrando gradualmente a naciones de todo el mundo en un conflicto que cobró la vida de millones de personas y alteró el curso de la historia para siempre. Recordar este evento no solo honra a aquellos que sacrificaron sus vidas para eliminar la amenaza nazi-fascista totalitaria que se extendía por Europa y Asia y ya asomaba su horrible cabeza en nuestro continente americano, sino que también nos recuerda las consecuencias devastadoras de la intolerancia, la agresión impune y los peligros de la ausencia del diálogo diplomático civilizado entre las naciones.

Una de las lecciones más importantes que podemos extraer de la Segunda Guerra Mundial es la importancia de la diplomacia y el diálogo en la prevención de conflictos. Sin embargo, hay que recordar que la guerra tuvo como una de sus causas el predatorio Tratado de Versalles impuesto por los vencedores al terminar la Gran Guerra en 1919. La imposición de reparaciones imposibles a los vencidos, “las consecuencias económicas de la paz” (J.M. Keynes) y las condiciones generadas por la ausencia de un orden internacional efectivo, indudablemente contribuyeron al surgimiento de regímenes totalitarios que provocaron el estallido de la guerra. Esto nos enseña que la cooperación internacional y el compromiso con la resolución pacífica de conflictos son fundamentales para evitar tragedias similares en el futuro.

El genocidio perpetrado por el régimen nazi sigue siendo un recordatorio atroz de los peligros del odio y la intolerancia de pueblos y gobiernos. Recordar el fin de la Segunda Guerra Mundial es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con la lucha contra el racismo y todas las formas de discriminación injusta basada en diferencias culturales o religiosas.

Además, el legado de la Segunda Guerra Mundial se refleja en reconocer la importancia de las alianzas internacionales y la indispensable cooperación política y económica entre las naciones, especialmente ahora que la humanidad enfrenta retos de carácter global planetario. Se debe rescatar la creación de la Organización de las Naciones Unidas, así como de instituciones económicas fundamentales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional o los acuerdos de Bretton Woods y la creación de instituciones judiciales como la Corte de Justicia Internacional y la Corte Internacional de Justicia Penal, que, después del conflicto fueron pasos cruciales hacia la construcción de un mundo más pacífico y seguro. Aunque estas instituciones enfrentan desafíos en la actualidad, es fundamental fortalecerlas y seguir apoyándolas para garantizar la paz y la estabilidad globales.

El fin de la Segunda Guerra Mundial asimismo marcó el comienzo de un período de reconstrucción y reconciliación en Europa y la descolonización en todo el mundo. La determinación de reconstruir sociedades destrozadas por la guerra y promover la reconciliación entre antiguos enemigos es un ejemplo poderoso de resiliencia y esperanza. Esta capacidad de sanar heridas y avanzar hacia un futuro mejor es una lección valiosa que podemos y debemos aplicar en los desafíos actuales que enfrenta la humanidad, la que por desgracia hoy sufre las guerras de la OTAN y Ucrania contra Rusia y de Israel contra Hamás en la Gaza palestina.

Sin embargo, a medida que recordamos el fin de la Segunda Guerra Mundial, también debemos ser conscientes de los peligros de la complacencia. El resurgimiento del nacionalismo, el aumento de la polarización política y la proliferación de Estados nacionales poseedores de armas nucleares son recordatorios de que la paz y la estabilidad globales son frágiles y requieren vigilancia constante. En última instancia, el fin de la Segunda Guerra Mundial nos recuerda que la paz es un objetivo que debemos perseguir activamente todos los días. Construir la paz requiere de un profundo compromiso individual y colectivo, de la cooperación y, sobre todo, de la empatía hacia nuestros semejantes. A medida que reflexionamos sobre los 79 años transcurridos desde el fin de este conflicto histórico, deberíamos renovar nuestro compromiso con la construcción de un mundo más justo, pacífico y seguro para las generaciones futuras.

Así, el aniversario número 79 del fin de la Segunda Guerra Mundial es una oportunidad para recordar las lecciones aprendidas de este conflicto histórico y renovar nuestro compromiso con la paz y la tolerancia trabajando juntos para construir un mundo mejor y más seguro.

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