Roberto Blum

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Las guerras producen monstruos”, podría decirse parafraseando al genial pintor español Francisco de Goya y Lucientes, cuando en uno de sus grabados, “El sueño de la razón” nos está advirtiendo sobre el peligro de dejarnos dominar por la irracionalidad. Hoy estamos observando la aparición en el mundo de numerosos y terribles monstruos reales, en las dos absurdas guerras que Occidente está librando simultáneamente en Ucrania y Palestina.

En el conflicto vicario de Ucrania, en el que nuestra civilización intenta destruir a Rusia, no debemos olvidar que, en su origen, el Kiev-rus fue una federación de pueblos escandinavos establecidos en la ruta de los ríos que corren del Báltico al mar Negro. Para esos pueblos nórdicos, la morada de Odín (el dios tanto de la sabiduría como de la guerra) era Valhal, un espléndido lugar donde vivían para siempre los guerreros muertos en batalla. Las valquirias, aquellas mitológicas “vírgenes guerreras”, llevaban a los guerreros muertos al Valhal, donde bebían eternamente el hidromiel que llovía de la ubre de la cabra “Heidrun”.

En el “paraíso nórdico” los guerreros salían todos los días al campo de batalla, sin que les ocurriera nada. Si caían heridos, las valquirias los curaban por la noche. Después de la batalla, venía el gran festín, un rijoso y alegre banquete con comida y bebida ilimitadas. Así se preparaban los guerreros para la última batalla, el día de Ragnarök o «el crepúsculo de los dioses» día que acabará el mundo.

Dada la gravísima situación que actualmente sufre Ucrania, más de medio millón de muertos y heridos y la enorme destrucción de su infraestructura física, muchos de sus habitantes están deseando que las valquirias regresaran a la Tierra para ayudar al país en su guerra contra Rusia. Sin embargo, hay que recordar que los sueños son intentos de satisfacer en la mente lo que no se puede conseguir en la realidad, diría el padre del psicoanálisis Segismundo Freud.

Así, en el mundo real, el Gobierno de Ucrania está buscando nuevas tropas para rehacerse del enorme desgaste que la guerra le ha causado en estos casi veintiún meses. Por la importancia que tiene rellenar las filas de soldados en su guerra contra Rusia, el Gobierno está realizando esfuerzos por atraer a más mujeres ucranianas al ejército, e incluso considerando establecer la conscripción femenina. Por ejemplo, se ha calculado que el promedio actual de edad de los soldados en el frente es de 43 años, dato que por sí solo indica la gravedad de las bajas que Ucrania ha estado sufriendo. Evidentemente, la cohorte de hombres jóvenes está prácticamente desapareciendo. Recientemente, la edad para prestar el servicio militar fue extendida hasta los sesenta años.

Halina Vinokur, empleada en una ferretería de Kiev, sostenía un arma de fuego por primera vez e Irina Sichova, gerente de compras de un centro comercial, desmontaba y volvía a montar el amasijo de varillas y muelles de un rifle Kalashnikov que tenía frente a si”, según publica el periódico The New York Times. Ellas son parte de las dos docenas de mujeres que en un bosque cercano a Kiev participaron en un curso de armas de fuego y combate urbano, que incluía el tiro con rifle, la búsqueda de trampas explosivas y el lanzamiento de granadas de mano. Estas y muchas otras mujeres ucranianas, motivadas en parte por el sentido del deber, se preparan en las artes de la guerra, dado que podrían terminar en el frente de batalla un día no muy lejano.

De hecho, Ucrania ha creado recientemente un cuerpo militar auxiliar llamado “Cuerpo de Valquirias” para defender la patria. Quizás nombrar a dicha corporación, recordando a esas míticas ayudantes de Odín, sea un intento de recuperar su identidad nórdica frente al mundo eslavo. Hay que reconocer que dicha unidad ha participado ya en varios enfrentamientos y ganado el respeto de sus contrapartes masculinos.  Actualmente, un veinte por ciento de las fuerzas armadas ucranianas están ya formadas por mujeres. Las consecuencias para Ucrania y el mundo Occidental de la catástrofe que significa esa guerra vicaria son inimaginables, no solo en los aspectos demográficos de un continente como Europa, que ha decidido cometer un lento e inevitable suicidio colectivo, pero también, por desgracia, la posible desaparición de los principios éticos de los que todos en el Occidente nos consideramos guardianes.

 

 

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