Roberto Blum

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En el tejido mismo de nuestra sociedad y, de toda sociedad humana a través de la historia, la actividad política es el pilar fundamental que moldea nuestras vidas y determina el curso de nuestro futuro individual y colectivo. Dentro del vasto universo de lo político, la participación ciudadana se erige sin duda como la actividad humana más digna e importante: un deber cívico que trasciende las barreras de lo individual, para tejer el tapiz de la República como un gobierno mixto y la democracia como una forma de ampliar la participación de todos los habitantes. Desde hace unos 2,500 años, pensadores clásicos como Aristóteles, filósofos medievales como Tomás de Aquino, y actualmente estudiosos modernos como David Easton, han subrayado la trascendencia de la participación ciudadana en la vida política de la comunidad, estableciendo así una conexión profunda entre el compromiso cívico y la esencia misma de la humanidad.

En la Grecia clásica, la visión aristotélica de la naturaleza humana se confrontaba, pero sin duda también se complementaba con la concepción platónica de la política. Aristóteles contempló profundamente la naturaleza del hombre en sociedad. Para él, la participación ciudadana no era simplemente un acto opcional, sino un deber moral y político. En su obra «La Política», Aristóteles argumentó que los seres humanos son animales políticos esencialmente y que la participación en los asuntos de la “polis” (la ciudad-estado) era indispensable para alcanzar la excelencia humana y con ella la felicidad, la “eudemonía”. El estagirita creía que, al participar en la toma de decisiones, los ciudadanos contribuían al bien común y, al mismo tiempo, se realizaban como individuos libres (eleutheros).

El politólogo David Easton define la política en el contexto contemporáneo según, la óptica del método de la Teoría General de Sistemas (TGS), desarrollada por Ludwig v. Bertalanffy como la distribución de valores por medio de la autoridad, haciendo de la participación política de los ciudadanos un elemento esencial en la vida de las comunidades contemporáneas. Él argumentó que la participación ciudadana no solo es esencial para el buen funcionamiento de una democracia, sino también actúa como un mecanismo vital para canalizar las demandas y deseos de los ciudadanos hacia el proceso político. Según Easton, la política es el proceso a través del cual se asignan los valores de una sociedad mediante decisiones de autoridad y, por lo tanto, la participación de los ciudadanos es esencial para garantizar que este proceso refleje verdaderamente las necesidades y deseos de la población.

Tomás de Aquino, el influyente teólogo y filósofo medieval, desarrolló una comprensión muy rica y compleja de la autoridad en su obra. Según Santo Tomás de Aquino, siguiendo a San Pablo, toda autoridad deriva de Dios y, por lo tanto, está intrínsecamente ligada a la ley divina y a la natural. El aquinatense sostenía que existen varias formas de autoridad, y cada una tiene su origen en diferentes fuentes. Por ejemplo: la autoridad Divina proviene de Dios. Según Aquino, Dios establece tanto la ley natural (ley moral inherente a la naturaleza humana) como la ley divina (ley revelada en las Escrituras). La autoridad divina es la base última de todas las demás formas de autoridad. Sin embargo, en el ámbito político, Santo Tomás defendía la idea de la autoridad del gobernante derivada en principio de Dios, pero que también está esencialmente vinculada al consentimiento y aprobación del pueblo. Tomás de Aquino creía en la necesidad de un gobierno central fuerte y capaz, que mantuviera la paz, el orden y la justicia y protegiera los derechos y deberes de todos los habitantes. Asimismo, reconocía la autoridad basada en la razón humana. El filósofo medieval argumentaba que la razón es un don divino y que, por lo tanto, los seres humanos tienen la obligación moral de usarla para establecer leyes y estructuras sociales justas y moralmente correctas.

Así, la participación ciudadana va más allá de emitir un voto en las elecciones. Incluye involucrarse activamente en debates políticos, la asistencia a reuniones comunitarias y la defensa de causas sociales. Este compromiso no solo fortalece la democracia, sino también es un medio para luchar contra la injusticia social y la desigualdad. Cuando los ciudadanos se unen para abordar problemas como la pobreza, la discriminación y la falta de acceso a la educación y la salud, están ejerciendo su poder colectivo para crear un cambio significativo en la sociedad.

Urge un llamado a la acción: en la era digital y globalizada, la participación ciudadana ha adquirido nuevas formas a través de las redes sociales y las plataformas en línea. Sin embargo, también afronta desafíos significativos, como la apatía política y la desinformación. Es fundamental abordar estos desafíos mediante la educación cívica, el fomento del pensamiento crítico y la promoción de la transparencia en el proceso político. En última instancia, la participación ciudadana no solo es un derecho, sino también un deber moral y una actividad humana, quizá la más digna a la que un ser humano puede aspirar. Siguiendo los pasos de pensadores antiguos como Aristóteles y reflexionando sobre las enseñanzas de estudiosos medievales como Tomás de Aquino, o los modernos como David Easton, podemos nutrir y fortalecer nuestras democracias, garantizando así un futuro justo y equitativo para todos. En un mundo donde cada voz cuenta, la participación política ciudadana es el vehículo que nos lleva hacia una sociedad más justa, pacífica y solidaria.

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