Roberto Blum

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Roberto Blum 

2 de septiembre del 2023 

La confianza es el fundamento tácito sobre la que descansa la sociedad. La confianza es la fuerza intangible que sustenta las interacciones sociales. Así como la argamasa une los ladrillos para formar una estructura resistente, la confianza une a los individuos con las comunidades, a las instituciones con las organizaciones formales que funcionan dentro del Estado y a las naciones con sus aliados con los que han negociado libremente. Reconocer la centralidad de la confianza nos impulsa a reevaluar cómo interactuamos, nos comunicamos y tomamos decisiones, asegurando que este elemento vital siga siendo fuerte e inquebrantable, salvaguardando la integridad de la sociedad para las generaciones venideras.  

Asimismo, se puede afirmar que la confianza es una creencia sustentada en expectativas razonables de que los demás actuarán de manera confiable y responsable, basándose en normas y valores compartidos. Esta creencia permite realizar transacciones, establecer relaciones y cooperar por el bien común. Sin la confianza, la intrincada red de conexiones humanas se desmoronaría, dejando atrás una sociedad plagada de sospechas y aislamiento. Es evidente que sin la confianza que la cimenta, la sociedad entera se derrumba. 

Las instituciones, definidas como el conjunto de reglas, jugadores y sus particulares campos de juego, sean públicas o privadas, de carácter político, religioso, educativo o económico, dependen en gran medida de la confianza para funcionar con eficacia. Los ciudadanos confían a sus líderes la responsabilidad de tomar decisiones informadas que beneficien a la sociedad entera. Sin embargo, la falta de transparencia o la percepción de intereses particulares de los “tomadores de decisión” pueden erosionar esta confianza, lo que indudablemente genera escepticismo tras los motivos detrás de las conductas institucionales. En los últimos tiempos, los avances tecnológicos y la enorme cantidad de información han llevado a un mayor escrutinio, lo que hace que la transparencia y la rendición de cuentas sean primordiales para mantener la confianza pública. Sin embargo, la increíble capacidad de la inteligencia artificial (IA) para sorprendernos con sus resultados “hiperrealistas, pero no previstos”, puede llegar a generar una enorme desconfianza en la sociedad. La IA podría crear fenómenos en los que línea que separa la “realidad verdadera” y la “realidad ficción” tendería fácilmente a borrarse.  

La era digital ha remodelado la dinámica de la confianza. A medida que las interacciones trascienden los límites físicos, las personas deben depositar su confianza en entidades anónimas y extremadamente fluidas, como las plataformas de redes sociales y sus usuarios. La seguridad de los datos personales y la prevención de su uso indebido se han vuelto fundamentales para mantener la confianza en estos espacios virtuales. Las violaciones de la privacidad de los datos y la difusión de desinformación pueden destruir esta confianza, poniendo de relieve el delicado equilibrio entre la conveniencia tecnológica y la salvaguardia de la confianza misma. Por ejemplo: Japón ha descargado recientemente en el océano Pacifico el agua tratada y ya descontaminada que se generó con el accidente nuclear de Fukushima. Sin embargo, el gobierno chino ha estado generando una campaña de desinformación sobre el peligro que esto representa para la salud humana de quienes consumen productos marinos. Su intención parece ser disminuir la credibilidad de Japón y sus aliados los Estados Unidos, Corea y Australia, quienes a su vez afirman que no existe ningún problema de salud. La capacidad de la IA de generar escenarios virtuales creíbles hace prácticamente imposible distinguir con certeza cuál es la “situación real” disminuyendo sustancialmente la confianza en las instituciones de los diferentes países, y en general en los medios de comunicación masiva y en las instituciones científicas que avalan una o la otra posición.    

Evidentemente, la confianza no es invulnerable. Las fracturas sociales, como la desinformación, las desigualdades sistémicas y la polarización política, pueden corroerla. Cuando las instituciones no abordan estas cuestiones adecuadamente, surge una sensación de traición, que fomenta la desilusión y la creencia de que el sistema no prioriza el bienestar de todos sus miembros. Tal erosión de la confianza puede conducir a la apatía, el malestar social e incluso el cuestionamiento de la legitimidad de los órganos de gobierno. 

Fomentar el crecimiento o reconstruir la confianza perdida requiere hacer esfuerzos deliberados, tanto de los individuos como de las instituciones. La transparencia, la honestidad y la adhesión constante a los valores compartidos son integrales. Reconstruir la confianza requiere a menudo reconocer las deficiencias del pasado y demostrar un compromiso con el cambio positivo. Las iniciativas de base, la participación comunitaria y los diálogos abiertos desempeñan un papel crucial en la reconstrucción de la confianza dentro de sociedades fracturadas. Mantener la confianza es una importante tarea diaria de todos los individuos. Todos somos, sin duda, responsables de ello. 

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