Roberto Blum

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El mundo entero cambió de bases hace 234 años. El “Antiguo Régimen” monárquico dio paso a los regímenes democráticos del mundo contemporáneo.  El pueblo de París tomó por la fuerza la vieja fortaleza y prisión de la Bastilla. El historiador Simon Schama nos cuenta: “Tal era el poder simbólico de la antigua prisión de la Bastilla para reunir en sí todas las miserias de las que ahora se responsabilizaba al «despotismo», que la realidad se vio realzada por fantasías góticas… Se declaró que antiguas piezas de armadura eran diabólicas «corsés de hierro» aplicados para constreñir a la víctima, y se decía que una máquina dentada que formaba parte de una imprenta era una rueda de tortura… Innumerables grabados suministraban imágenes adecuadamente horribles, con esqueletos de pie, instrumentos de tortura y hombres con máscaras de hierro… La Bastilla, entonces, fue mucho más importante en su «vida posterior» de lo que había sido como institución de trabajo… Transformada de un anacronismo casi vacío y escasamente guarnecido en el asiento de la Bestia Despotismo, incorporó a todos aquellos que se regocijaron con su captura como miembros de la nueva comunidad de la Nación Francesa”, escribe Schama en su obra Ciudadanos, una crónica de la revolución.

Schama continua; “el primer número del periódico “las Revoluciones de París”, publicado el diecisiete de julio, estuvo dedicado a un extenso -y algo confuso- relato de la insurrección… «Las celdas fueron abiertas para liberar a inocentes víctimas y venerables ancianos que se asombraron al contemplar la luz del día.» La realidad fue menos dramática. De los siete prisioneros, cuatro eran falsificadores que habían sido juzgados en un proceso regular. El conde de Solanges, al igual que el marqués de Sade, había sido encarcelado a petición de su familia por libertinaje… Los otros dos prisioneros eran lunáticos… Sin embargo, uno de ellos, el «Major Whyte» (descrito en fuentes francesas como inglés y en fuentes inglesas como irlandés), era perfecto para la propaganda revolucionaria, ya que lucía una barba que le llegaba a la cintura. Con su barba plateada y su forma magra y encogida, parecía… la encarnación del sufrimiento y la resistencia. Por eso Whyte, popularmente llamado el “teniente de la inmensidad”, fue llevado triunfalmente en hombros por las calles de París, saludando débilmente con las huesudas manos, porque en su estado confuso aún creía ser Julio César”.

Así se inició una epopeya que dos y medio siglos sigue haciendo vibrar los corazones de todos los amantes de la libertad.

Sin duda, la Revolución fue un evento histórico de gran trascendencia que marcó un hito en la lucha por la libertad y los derechos individuales. Fue un período de intensos cambios radicales en Francia, en el que se derribaron los cimientos del “Antiguo Régimen” y se establecieron los principios de igualdad, libertad y fraternidad que aún hoy en día son fundamentales en todas las sociedades democráticas. Además, sentó las bases para la abolición de los privilegios hereditarios y estableció un sistema de gobierno más justo y representativo. La revolución fue impulsada por una profunda insatisfacción de la población ante las desigualdades y la opresión ejercida por la monarquía absoluta y la nobleza y el clero, los dos estados privilegiados.

Uno de los principales logros de la Revolución Francesa fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, adoptada en 1789. Este documento sentó las bases de los derechos humanos y estableció que todos los individuos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Reconoció la libertad de expresión, de pensamiento y de religión, así como el derecho a la propiedad privada y a un juicio justo. Estos principios son fundamentales para la defensa de la libertad individual y se han convertido en pilares de las democracias modernas.

Además de la declaración de derechos, la Revolución Francesa también tuvo un impacto significativo en la forma de gobierno. El antiguo régimen monárquico fue reemplazado por una república, y más tarde por el régimen napoleónico. Aunque la Revolución tuvo sus altibajos y experimentó períodos de violencia, sentó las bases para la consolidación de un sistema político basado en la participación ciudadana y la representación popular. Los principios de la Revolución Francesa inspiraron a movimientos emancipadores en todo el mundo y dieron lugar a cambios sociales y políticos duraderos.

La Revolución Francesa también fue un catalizador para el surgimiento del nacionalismo y el sentimiento de identidad nacional. Durante este período, se formaron nuevos símbolos nacionales, como la bandera tricolor, que representaba los valores de la revolución: libertad, igualdad y fraternidad. La noción de ciudadanía y pertenencia a una comunidad política se fortaleció, lo que llevó a un mayor sentido de solidaridad y unidad entre los ciudadanos, valores políticos que siguen siendo vigentes en nuestra época. Se puede afirmar que hoy todos somos hijos de esa primera gran revolución libertaria que contribuyó a la formación de una sociedad más informada y consciente de sus derechos y responsabilidades.

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