José Roberto Alejos Cámbara

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José Roberto Alejos Cámbara

Lo he dicho muchas veces. En la época de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) no hubo puertas cerradas en las comisiones ni en las sesiones plenarias. Tuvimos la capacidad de escuchar a los interesados para enriquecer el proyecto de la nueva Constitución. No hubo partido que no tuviera la oportunidad de expresarse y no hubo ciudadano vedado en su derecho de expresión.

Era un gobierno militar en el que la libertad de expresión no era precisamente prioridad. Aún así, las puertas en el Legislativo estuvieron abiertas para todos los sectores, especialmente para la Prensa. La Constituyente se convirtió en una fuente de información fidedigna.

Esa libertad resultó positiva, porque nuestro trabajo se dio a conocer; se supo lo que hacíamos, cómo y con quién nos reuníamos porque eran constantes las visitas de intelectuales, académicos, políticos, sociedad civil… ¡Todos fueron escuchados! La Prensa tuvo libertad de publicar las posturas de los constituyentes y difundir los resultados de las discusiones.

La parte “chusca”, dicho en buen chapín, la puso Rafael Téllez García, quien escribía una columna en el vespertino La Hora con lo más gracioso de nuestro actuar. Los domingos se publicaba una especie de “peladero” en el que Bernardo Solares Jr. narraba anécdotas de nuestra labor y publicaba caricaturas de los constituyentes. Nunca rebasó la línea del respeto ni transgredió el prestigio de la Asamblea, porque su objetivo no era hacerlo para vender noticias.

En ese espacio era posible leer hechos que involucraban a alguien que, pasado de copas, incurría en algún “clavo” y actuaba de forma impropia, pero eso no era la noticia principal. Menciono esto dados los acontecimientos recientes en donde una escena similar se convirtió en la noticia principal difundiéndose velozmente en las redes sociales. Esto nunca debió tornarse relevante cuando hay otros temas que podían haber ocupado nuestra atención. Sin duda hacemos mal uso de la palabra, de la libertad de expresión.

No doy crédito a que pasamos por alto la aprobación de un presupuesto desfinanciado, y menos a que la mayoría de la población haya dado importancia a la actuación de un diputado que llegó ebrio al hemiciclo. En lugar de centrar nuestra atención en eso, debimos habernos concentrado en los discursos de oposición, en quiénes votaron a favor, en el contenido del presupuesto y cómo se destinaron los recursos. Sin embargo, nos enfocamos en lo que hizo el diputado, quien por cierto, no era el único en esas condiciones.

Me hicieron llegar grabaciones de otros congresistas y de sindicalistas que también protagonizaron escándalos, actos impropios y reprochables, evidenciando así en manos de quiénes estamos. Aclaro que no defiendo al diputado de los videos que continúan circulando.

La culpa es nuestra, porque al recibir electrónicamente ese tipo de información nos dedicamos a replicarla y al final ¿qué quedó en la mente de la población? ¿Lo alto del presupuesto y su distribución? ¿La deuda adquirida innecesariamente, las negociaciones oscuras para su aprobación? No, lo que está en la mente son las escenas del diputado.

NO SE VALE caer en la trampa de las cortinas de humo y contribuir en replicarlas, cuando debimos replicar la indignación por lo sucedido con el presupuesto. Hay un refrán que dice “has de tu vida una historia que valga la pena contar” al que añado “¿qué ganas contando y criticando la de otros?”

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