José Roberto Alejos Cámbara
Recordemos que después del Golpe de Estado de 1983, el mando fue tomado por un triunvirato encabezado por el general Efraín Ríos Montt, quien tuvo que afrontar, tiempo después, su relevo propiciado por el mismo ejército. Muchos dicen que este reemplazo se dio por la mezcla religiosa con el ejercicio del poder que promulgaba; otros aseguran que el General estaba yendo más allá de lo planeado.
Difícilmente sabremos qué motivó el cambio. De lo que sí hay certeza es que aquel Consejo de Estado, creado por Ríos Montt como ente asesor para trazar el retorno hacia la democracia, también se conformó para defender los Derechos Humanos, algo que a decir de otros, estorbaba dada la situación en torno a la Guerra Fría y pudo haber sido un detonante para el cambio.
Como he mencionado, Oscar Mejía Víctores, al relevar a Ríos Montt, disolvió el Consejo, pero no hizo cambios en las estructuras de gobierno y continuó la ruta trazada hacia la democratización del país mediante las leyes en materia electoral y constitucional y otras temáticas encaminadas a la reorganización del Estado.
Mejía Víctores mantuvo la decisión de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y dilucidar ¿Cómo y cuándo convocar? ¿Quiénes debían y podían participar? ¿Cuánto tiempo estarían en funciones? ¿Cómo sería el proceso de elección y cuál sería el método de trabajo?
La convocatoria para integrar la ANC que se dio el 1 de julio de 1984 permitió la participación de partidos nuevos y de agrupaciones existentes, que directa o indirectamente eran responsables de la situación que en ese momento se vivía. También se accedió a que participaran Comités Cívicos; se redujo la edad de los participantes a 18 años y, por primera vez, no habría elección “a dedo”, ya que serían electos directamente por la población.
Se dio la prohibición de conformar la ANC para los que habían sido parte de los últimos tres gobiernos, lo cual motivó interés entre quienes nunca habían querido participar, de los que estaban exiliados y de quienes no participaban dada la confrontación ideológica mundial que los ponía en peligro, por temor de sus vidas. Aunque no todos se atrevieron porque hizo falta más participación femenina y de los pueblos indígenas, quienes llegaron en reducido número, tampoco hubo representación de quienes se encontraban en el conflicto, la izquierda y el pueblo alzado en armas.
Ahora que tengo la oportunidad de ordenar históricamente mis columnas, también tengo la oportunidad de repetir cómo se integró, cómo se lograron los acuerdos, cómo nació y creció la necesidad de unidad de todos los sectores. La idea fue brillante y, de no haberse dado la ANC, este servidor con tan sólo 23 años no habría podido participar, junto a 87 colegas más, y aportar a la creación de nuestra normativa democrática.
Sin embargo, al analizar los escenarios del pasado y del presente, cabe preguntarse ¿Cómo hacer frente a lo que no se incluyó en aquella elección y se tome en cuenta ahora? ¿Qué hacer para que la juventud que ya participa lo haga con interés de nación y no con interés económico o de los intereses de sus financistas?
Quizá después de lo sucedido en 2015, se debió prohibir la participación de quienes hayan sido parte de los tres gobiernos precedentes. Hoy hay muchas cosas que se deben prohibir, corregir y alcanzar, pero sobre todo prohibir seguir en retroceso.