René Arturo Villegas Lara
Esa mañana de diciembre se regó la noticia en todo el pueblo que el circo se había ido. Durante dos meses estuvo la carpa en el campo de basquetbol, en donde jugábamos con mucha dificultad porque el piso, en lugar de tierra, estaba poblado de llano de chucho y la pelota, por muy inflada que estuviera, no revotaba. El circo vino de Tapachula, y después de estar cortas temporadas en los pueblos vecinos, terminó en este pueblo olvidado en esos años, pues la gente era aficionada a los payasos.
Luego de sembrar un gran poste, pusieron la carpa, armaron el graderío pusieron el trapecio en donde los volatines hacían sus maromas, jugándose la vida cada vez que cruzaban veloces en el aire, pues no ponían ninguna red que los atrapara si se soltaban. Lo primero que recuerdo de la tarde en que salió el primer desfile que recorrió las calles es que, además de Pirrín, sobre la plataforma de un camión iba Manuel Telles, luciendo su musculatura, vestido con un cuero de tigre que de seguro fue cazado en las selvas lacandonas. El voceador con un cartucho de metal, anunciaba que Manuel Telles era levantador de pesas, capaz sostener dos quintales de maiz en cada mano. La verdad es que su trabajo en el circo era darle de comer a dos leones famélicos que mantenían a puros pellejos de huesos que recogían en los rastros de cada lugar cuando mataban una res.
Cuando el circo se fue, la gente grande, y los patojos también, entramos en una especie de melancolía, pues como no había cine, la mejor diversión de todas las noches había llegado a su fin. Don Toyo les porfiaba a los operarios de su taller de talabartería que por lo menos Manuel Telles no se había largado con el circo, pues decidió quedarse y dedicarse al boxeo que había aprendido cuando vivió en el puerto de Veracruz.
Él no era veracruzano, sino oriundo de Puerto Madero. Pero, durante algún tiempo trabajó en los pozos de petróleo de Poza Chica y tuvo la oportunidad de estar en los cuadriláteros de Veracruz, poniéndoles los guantes a los boxeadores que peleaban en las veladas de la federación. Allí fue donde principiaron sus sueños de ser boxeador y aquí encontró la oportunidad de hacerlos realidad, pues los varones peleaban únicamente en las cantinas o en los callejones, a pura mamo limpia..
Don Toyo, que era un patrocinador de inquietudes deportivas, le propuso a Telles que armaran un gimnasio en el patio de su casa y que se fomentara ese deporte, pues común era el futbol. Lo primero que hicieron fue una perilla, utilizando una vieja pelota de cuero que se inflaba por medio de un pitón y se trenzaba la rajadura con una cinta de amarrar zapatos. La pelota pendía de una faja de hule agarrada de un travesaño y de otra agarrada de un gancho enterrado; esa invención les funcionó como las perillas de los gimnasios de verdad, de manera que los boxeadores hacían movimientos y quites para cuando pelaran de verdad. Taguito San, el herrero y hojalatero del pueblo, les fabricó unas paralelas con sobrantes de hierro galvanizado que tenía en su taller y armaron un muñeco para darle y darle, lo que no fue problema pues solo llenaron un costal con arena de río y el gimnasio quedó listo par entrenar. Los practicantes saltaban cuerda, hacían sentadillas y despechadas para agarrar musculatura. Listo el gimnasio, se hizo la invitación a quienes quisieran practicar.
El alcalde ordenó un bando municipal, cosa rara porque eso solo se utilizaba cuando había que comunicar al vecindario las suspensiones de garantías que decretaba el gobierno; pero, el alcalde pensó que eso del box era importante para el pueblo. Cuando llegaron los interesados, don Toyo y Telles le echaron el ojo a Fío Zope, el coime del billar, a un mi primo que se llamaba Oliverio, a Nino Cultura, que no sé por qué ni qué le vieron, porque era todo entelerido, y a Joaquín González. A Nino lo conocían así porque para una coronación de la reina del barrio San Sebastián, toda la gente estaba hablando de cuando y el discurso de la reina y no se le oía nada. Entonces Nino se subió al escenario y le gritó a la gente que tuviera cultura. Y desde esa vez todos lo conocían como Nino Cultura.
Al final de cuentas, el gimnasio se oficializó y durante meses hubo entrenamientos tres veces por semana. En junio de 1951, celebró el campeonato nacional de box y don Toyo trajo a Telles para inscribirlo en la categoría de peso gallo, bajo el nombre del “Pachuco Telles”, que era el apodo que le había puesto la gente por ser mexicano. La pelea fue en el Gimnasio Nacional, y el Pachuco se lució como buen boxeador y ganó un cinturón de plata que le cubría hasta el ombligo y los diarios lo publicitaran como el “Montañez Telles”; como si en este caserío aún anduviéramos como micos saltando entre los mangales. Al regresó al pueblo, un gentío lo fue a recibir con pito y tambor a la altura del Trapiche de don Chivecón Melgar y lo llevaron en hombros hasta el kiosco del parque Barrios, en donde el alcalde lo condecoró con la medalla municipal.
Con eso de haber ganado un campeonato, al gimnasio se inscribieron veinte muchachos que querían aprender box; pero cuando se trató aunque de pelear con deportistas federados, solo se tomó en cuenta a Fío Zope, a Oliverio y a Nino Cultura y a Joaquín González. En septiembre se organizaron unas peleas con boxeadores de la capital y se contrató a cinco fajadores, por doscientos quetzales cada pelea, hospedaje, comida y los pasajes. El cuadrilátero se improvisó en la sala del cine Morales y don Tono Alfaro reforzó el entarimado de machimbre de pino con tablas de cedro y conacaste. Cuando don Vitalino González, anunció la primera pelea a cuatro raund, dijo que el primer combate sería entre “Nino Cuktura” contra “Kid Dinamita”. Nino entro dando saltitos como conejo y el vecindario lo recibió con una ovación. El árbitro les dijo que nada de golpes bajos: “solo de la cara hasta el ombligo”, susurró con criterio de autoridad. Al sonar la campana, empezó la pelea; pero, al primer contacto, Nino recibió un fuerte golpe en la boca del estómago y quedó sentado sin aire. Lo sacaron desmayado y a Kid Dinamita le levantaron el brazo derecho porque había triunfado. La siguiente pelea fue para mi primo Oliverio, que fue anunciado como “el cantante de la voz de oro”, pues él se ufanaba de tener la voz parecida a la de Pedro Infante. Su encuentro fue con el Veloz Misqueño. Oliverio aguantó hasta el segundo raund, ya que el árbitro paró la pelea por los chorros de sangre que le salían de la nariz. Luego vino el turno de Fío Zope y a la gente le nació la esperanza, pues Fío tenía fama de sacar del billar a puras trompadas a los que se negaban a pagar el uso de las mesas. Fío llegó al tercer raund con señales de cansancio de tanto brincar, lo que aprovechó “El solitario de Chinautla”, para darle un golpe en la quijada que lo dejó tendido en el entablado.
Don Adán, el encargado de la farmacia González, subió al ring y le aplicó agua sedativa en la cabeza; pero, cuando se la acercó a la nariz, Fío estiró los pies y lo tuvieron que sacar como santo entierro. Cuando el turno de Joaquín González, el público estaba cansado de tanta perdedera y quería la pelea del Montañez Telles, aunque Joaquín fue noqueado por el Rápido kid, en el segundo raund. Cuando el Montañez subió al ring con su cinturón plateado, el campeón peso welter de ya había subido luciendo una bata negra. El Montañez dio una buena pelea y aguantó cuatro raund; pero en el quinto, la goma hacía estragos y en un parpadeo, un certero gancho lo dejo fuera de combate.
La gente se regresó a sus casas haciendo conjeturas sobre los resultados; pero, el más realista fue don Ramón Alemán: -¡No!-dijo- Lo que pasa es que perdieron porque los cinco son bolos…”- Y tenía razón, pues por muchos años después que Telles desapareció del pueblo, el cinturón del Gimnasio Nacional, estuvo colgado en el Bar Pénjamo, en la estantería de los octavos de guaro, pues el veracruzano de Puerto Madero lo dejó empeñado por una tanda de venados sello de oro.