René Arturo Villegas Lara

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René Arturo Villegas Lara

El parque de Chiquimulilla, quizá desde los primeros años del gobierno de Ubico, se llama Parque Barrios, y tenía unos asientos alargados, de cemento, para los descansos y tertuliad del domingo. Por el lado sur tenía dos pinos de tierra fría que quien sabe cómo le hicieron para adaptarse a los calores de la costa, pero le aventaban aire fresco al tercer nivel de la casa de mi tía María. Cuando don Adolfo Montepeque fue electo alcalde en 1945, el pueblo aún votaba por la corriente octubrista; a partir de 1950 ha venido votando sin rumbo. El recordado alcalde Montepeque, mandó a remodelar el parque, le puso asiento de granito para tres personas cada uno y lo pobló de árboles frondosos, con limonaria que despedían un aroma delicioso cuando llegaban los aguaceros. Don Adolfo es de los poquísimos alcaldes honrados que ha tenido Chiquimulilla, y salió como llegó: sin nada.

Ya conté que el pueblo tiene un trazo español, como La Antigua, sólo que el centro del poblado estaba lleno de corredores. Ahora las casas ya no la construyen así y desaparecieron las calles empedradas; eso sólo se ve en la Antigua y por dentro de las viviendas. Pero, aquí había corredores adentro y afuera, a la orilla de la calle. Rodeando el viejo galerón que servía de mercado, había dos casas con corredores para la escuela primaria; después el corredor de la comandancia que casi tenía una cuadra de largo, que albergaba a la policía y al telégrafo y en medio tenía un arco con el asta para izar la bandera. Allí nos paraban para los 15 de septiembre, cargando palotines, para cantar el Himno Nacional. Después estaban los corredores del almacén de don Arturo León; luego el de la casa de doña Elenita Martínez y enfrente, el largo corredor del almacén de don Jorge Lau, que se juntaba con el corredor del lado sur de la pensión Lara.

Todos estos corredores estaban sombreados con frondosos almendrales y árboles de fruta de pan. Al subir unos metros al norte, se llegaba al parque Barrios, rodeado de casas que tenían su corredor. El lado norte de don Jorge Lau tenía su corredor y en las gradas se sentaba Chile Mocho a fumar puro y a escupir a la rielera de la calle. Después seguía el corredor norte de la pensión Lara y haciendo escuadra la casa donde vivía don Gilda González y doña Maura Cruz, con su largo corredor que terminaba en un cuarto obscuro donde tenía su cámara de tomar fotos, con una cámara antigua como las de los fotógrafos de feria, que sacaba fotos color sepia. Este corredor se continuaba en un edificio de dos pisos que durante muchos años estuvo cerrado, hasta que unas monjas lo alquilaron para poner un colegio. En la pared que daba al sur de esta casona había una gran ventana que les servía de dormitorio a unas lechuzas que llegaban por las noches, volando desde Guazacapán, después de haberles servido a los brujos en sus conjuros de la noche. Luego, por el lado norte del parque, estaba la gran casa de doña Teresa Pazos viuda de Pretti, una bondadosa anciana que ayudaba a la iglesia y daba una cena de navidad a la crema del pueblo, mientras los patojos de mirones abarrotábamos las ventanas saboreando los aromas de la gran comilona. Como esta casa ocupaba toda la manzana, su largo corredor hacía una escuadra para situarse al frente del antiguo edificio municipal, con su amplio corredor y pilares de piedra del volcán, labrados por los canteros de antes. Los pilares le servían a los patojos ya grandes para jugar virada y a los pequeños para jugar chapas durante el tiempo de la Cuaresma, hechas de una cera negra sacada de un panal que llaman “culo de chuco”. En la esquina de esta casa de doña Teresa, frente al parque, funcionó en las décadas de los años 20 y 30. Este almacén existió hasta la muerte de don Humbertón Preti, fallecido en los años treinta del siglo pasado. Y lo cerraron tal como estaba, abriéndolo cada año que llegaba doña Teresa, cuando los empleados quitaban las telas de araña, el polvo de los mostradores y regaban creolina para las cucarachas; pero, ya no vendían nada de la mercadería, que se quedó en suspenso como el último día; era un almacén fantasma. Qué acogedor era el parque y los corredores de mi pueblo; pero, de eso ya no existe nada.

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