René Arturo Villegas Lara

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René Arturo Villegas Lara

Con los años, el pasado es cada día más distante y la lejanía se vuelve borrosa, porque la memoria se vuelve escurridiza. Sin embargo, hay cosas de las que uno se recuerda y nos sucede lo que dijo Miguel Ángel Asturias: “Ahora que me acuerdo”. Hay personas en las que, no obstante no haber llegado a la vejez, la memoria se les fue de repente y se quedan con la mente en blanco, deambulando por las calles para la fregadera de los patojos que aún no se les ha inculcado el respeto a los demás.

De mi niñez de escuelero primario, recuerdo que en Chiquimulilla existió la “Cachumbalé”, una mujer que no tenía donde vivir y utilizaba el templo católico, con la anuencia benevolente de Gabino, el sacristán, como habitación, con un tanate de ropa sucia y un morral lleno de comida que le regalaban las señoras del mercado. Los patojos nos parábamos en el parque, donde aún está el busto de don Rufino Barrios, viendo para el altar mayor, y entonces le gritábamos: ¡Cachumbalé¡ ¡Cachumbalé¡ Hasta que iba apareciendo la santa señora y nos respondía: ¡Cachumbalé tu madre hijos de la gran puta¡. Eso se sacaban nuestras mamás por estar fregando a la señora sin memoria.

De Sinacantán llegaba al pueblo un señor como de unos cuarenta años que también daba muestras de no tener memoria. Se llamaba Martín, sin apellido conocido. Pero lo gracioso era que los patojos, al encontrarlo, le decíamos: “Martín: arriba las manos”. Entonces, remedando una pistola, con los dedos pulgar y anular, simulándola contestaba: “Te voy a tirar un tiro balazo”. Nunca supimos en qué paró Martín; pero, a estas alturas es seguro que descansa en la quietud del cementerio de Sinacantán.

Hay una aldea muy cerca del pueblo en donde todas las vecindades son chácaras para producir frutas de costa y que tienen los dueños la buena suerte de que por cada vecindad pasa una toma de agua, de manera que son tierras de regadío. El Ujuxtal se llama la aldea debido a su abundancia de palos de Ujuxte, que seguramente es un nombre xinca. En ese tiempo, década de 1940, era un paraíso por su verde naturaleza de todo el año.

Hoy, imagino que el crecimiento poblacional ha cundido esas remotas soledades. Allí vivió mucho tiempo mi querido amigo Leonel Pineda, antes de irse a residir a la aldea Los Cerritos y sus hermanos menores llegaban a la escuela con sus morrales llenos de frutas. Pues, bien de esta aldea del Ujuxte llegaba un personaje conocido como “Chaco Pelo”, que seguramente se llamaba Ciriaco. Y su trabe era que odiaba los pelos, fueran del origen que fueran. Cuando se le regalaba un pan, los patojos malvados le decíamos: “Vos Chaco ese pan tiene pelo” y de inmediato decía chis y lo tiraba. Por eso le decían por mal nombre Chaco Pelo. A veces se quedaba a vivir por semanas en el pueblo y se quedaba a dormir en una casa a punto de caerse, que estaba abandonada y que, al ser reparada le sirvió a don Manuel Ávalos para instalar su talabartería. Con Chaco Pelo se cumplió esa creencia de que casa en uso no se cae, mientras haya quien la habite.

También existió un señor a quien le decían “Empura”, quizá porque siempre cargaba en la boca un puro de Zacapa que nunca lo encendía. Este señor era inofensivo y la gente lo empleaba para sacar la basura de las casas. Obviamente no estaba en sus cabales porque nunca hablaba.

La única vez que los patojos sí vimos un loco agresivo, fue cuando llevaron un trastornado que venía de San Juan Tecuaco, a la espera de que llegara la ambulancia de Cuilapa y lo condujera al Federico Mora. Recuerdo que entre seis policías lo amarraron a una palmera que estaba en la esquina de la escuela de niñas y aquel xinca mofletudo parecía un toro serrano encerrado en un toril, haciendo esfuerzos para reventar las tiras. Por la tarde, Mamaíta, que era pícaro de nacimiento, sacó un “shillett” que siempre cargaba en su caja de lustre, y condolido de las lágrimas del loco, le cortó las tiras y el loco, como la calandria, al verse libre, salió en carrera por los chorros de Champote y se perdió por el lejano cerro de Moyuta. Cuando llegó la ambulancia, que parecía una jaula rodante, dio media vuelta y se regresó a Cuilapa.

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