“Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo”
Cualquier feligrés habrá notado que las vestiduras del sacerdote y colores del altar se sustituyeron del verde al morado. Es que el domingo pasado, 1 de diciembre, marcó un gran cambio; en primer lugar, es el primero de los cuatro domingos de Adviento, pero también es el inicio del Nuevo Año Litúrgico. Así como el Año Nuevo civil empieza el uno de enero, el Año Nuevo católico empieza con el primer domingo de Adviento. El color morado se utiliza para la pascua como un símbolo de penitencia, de recogimiento; asimismo, el color morado recuerda el púrpura imperial, el color que solo los césares podían vestir. Signo de majestad (recordemos que, cuando los soldados se burlaban del pretendido Rey de los Judíos, le hicieron una corona de espinas y le colocaron un manto de color púrpura). Tal es la recepción que debemos preparar al Rey de Reyes que está a punto de venir.
¿Y cómo inicia ese Año Nuevo Litúrgico? Pues empieza por el principio, por el nacimiento del autor de todo este plan de salvación, por la divina Encarnación de quien trajo las Buenas Nuevas. A Él se debe toda confianza de una vida plena en esta Tierra y una esperanza certera de una vida eterna. Por eso la importancia de la Navidad como punto central de nuestra fe.
En domingos anteriores se repetían las advertencias de las grandes tribulaciones y catástrofes cósmicas que habrán de acompañar la segunda venida de Cristo. De alguna manera, en ese recordatorio de la segunda venida se refleja en la importancia de la primera venida. La primera venida se llevó a cabo con toda humildad en un pesebre de Belén. Muy diferente será la apoteosis y esplendor de la próxima venida. En ambos casos nos estamos refiriéndonos a visitas de Dios encarnado.
El período de Adviento constituye pues el primer segmento del Año Litúrgico; este segmento dura cuatro semanas, del 1 al 24 de diciembre. Sirve de preparación, de asimilación del inconmensurable misterio de la Encarnación del Verbo. Por eso la devota costumbre de las cuatro candelas de la “Corona de Adviento”. Ya podemos encender la segunda candela.
En este domingo 8 se da una feliz, muy feliz, coincidencia. Bienaventurados los cumpleañeros. Es, como arriba indico, el segundo domingo de Adviento y al mismo tiempo es la fiesta de la Inmaculada Concepción. El privilegio que Dios Padre otorgó a solamente una de sus criaturas, a una mujer, a la portadora en su seno del Dios hecho hombre. La lectura, de san Lucas, nos relata la sorpresiva visita del ángel Gabriel, “enviado por Dios” (siendo todopoderoso a veces recurre a acciones de mensajeros).
Quienes acostumbran rezar el rosario recuerden y repitan –al menos 50 veces– las mismísimas palabras que, Dios mismo encargó y que salieron de la boca del ángel Gabriel: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo” y claro, le agregan dos bendiciones: “bendita Tú entre todas las mujeres” y, sobre todo “bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.
Contrasta la rebeldía de nuestros primeros Padres, Adán y Eva, con la docilidad de la joven virgen de Nazaret: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.”
Nota. Otro cambio que se da es que el Calendario Litúrgico de 2025 es ciclo “C” en el que prevalecen los textos de san Lucas. Esta distribución, con fines de uniformidad universal, la estableció san Pablo VI en 1969 para “que se abran más los tesoros de la Biblia” y de esa forma “en un período determinado de años se lean las partes más significativas de la Sagrada Escritura”. Quien dé seguimiento a los tres ciclos, habrá absorbido los principales pasajes bíblicos.