Raul Molina Mejía

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Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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Raúl Molina

Luego de que Haití se independizara de Francia en 1804, la invasión de Napoleón a España dio origen a los procesos latinoamericanos de independencia. Para 1826, al ser expulsados los españoles de Perú, solamente Cuba y Puerto Rico seguían sujetos a la corona española. Con excepción de Haití, en donde exesclavos negros y mulatos lograron la libertad, y la gesta independentista inicial en México por campesinos y sectores populares, la independencia latinoamericana fue producida por los Criollos, quienes al expulsar a los peninsulares se convirtieron en la clase dominante. Aunque en los procesos hubo participación de la gran base de la pirámide socioeconómica –indígenas, afrodescendientes y ladinos pobres- los beneficios de la emancipación se concentraron en la clase en la cúspide. Por ello, aunque se reconocen los méritos de los libertadores y próceres, las grandes mayorías de nuestros pueblos no sienten la Independencia como propia, con el agravante de que después los gobernantes entregaron la soberanía nacional a los imperios inglés y estadounidense.

Así, cuando los países de la región plantearon la recuperación de la soberanía nacional y la atención de los sectores obreros y campesinos con sus procesos revolucionarios -primero Guatemala, en 1944, y luego Bolivia y Cuba- enfrentaron la violencia del imperialismo yanqui. Sin embargo, florecieron procesos de liberación a lo largo y ancho del continente y, tanto en Cuba, con Fidel Castro y su revolución armada, como en Chile, con Salvador Allende y su revolución por las urnas, la Segunda Independencia de Latinoamérica fue propuesta como meta. La respuesta imperial fue dar rienda suelta a las dictaduras, al terrorismo de Estado y a la contrainsurgencia atroz. Las luchas revolucionarias armadas y democráticas de nuestros pueblos lograron extirpar las dictaduras; pero en términos de autodeterminación y plena soberanía no lograron superar la opresión del imperio. Como continuidad de esas luchas, sin embargo, se atisba ya la Segunda Independencia, como se expresó diáfanamente en muchos de los discursos regionales en el septuagésimo séptimo período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, en donde los países latinoamericanos han reafirmado el concepto de soberanía nacional y regional –aunque el de Guatemala no sepa en absoluto lo que es soberanía ni democracia. El mundo, prostrado por la pandemia de COVID-19, impotente ante el cambio climático, y confuso ante la absurda guerra en Ucrania, ha sido sorprendido para la claridad y firmeza de los planteamientos de Latinoamérica.

Se sucedieron López Obrador, con una propuesta de paz mundial; Xiomara Castro, con su oportunidad democrática en Honduras; Gustavo Petro con importante giro de Colombia hacia su pueblo; Gabriel Boric, vocero chileno de la Nueva Izquierda, con crítica a las violaciones de derechos humanos, desde Israel hasta Nicaragua; y otros dirigentes latinoamericanos con posiciones progresistas, agregados a los criterios precisos de las revoluciones de Cuba, Venezuela y Bolivia. Ha recomenzado, con mayor firmeza y más amplia participación, la marcha latinoamericana a su Segunda Independencia.

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