Raúl Molina
Mucho(a)s revolucionario(a)s, junto a figuras académicas, fuimos expulsados de la Usac con violentos ataques a partir de 1978. Perseguidos a muerte por el régimen militar, decenas de universitarios fueron asesinados o desaparecidos, se insertaron en la Guatemala del silencio o partieron a otras tierras. Algunos, con gran riesgo, se quedaron en tareas de docencia e investigación. Se logró salvar a la Usac de ser intervenida militarmente; pero no se pudo detener su declive científico y académico y fue infiltrada. Se retiró de la escena nacional, no jugó papel importante en el proceso de búsqueda de la paz y su rol fue marginal en el período posterior a los Acuerdos. El temor a la represión prevaleció en la comunidad universitaria y nuevos males fueron sembrados en sus campus, como inseguridad y violencia criminal, drogas y corrupción. La AEU, que pese a la muerte y desaparición de sus dirigentes siguió en resistencia, contribuyó a la negociación de la paz; pero no logró que las otras asociaciones estudiantiles se sumaran a un nuevo movimiento estudiantil centrado en el compromiso con las grandes mayorías. Con el tiempo, la dirigencia de la AEU fue sustituida, vía partidos políticos y la proliferación de actos de corrupción, por un grupo de delincuentes que se hizo de su conducción por varios años. No pasó mucho tiempo sin que estos factores también afectaran la composición y las prácticas de las autoridades universitarias.
Después de quince años de exilio, en 1995 me reincorporé a la Usac en el período de la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera. Fui coordinador de la Comisión de la Verdad, que entregó a la Comisión para el Esclarecimiento Histórico un informe sobre las violaciones de los derechos humanos contra miembros de la comunidad universitaria, y participé en la dinámica universitaria de elección de autoridades. La atmósfera fue distinta a la de 1980, por lo que la candidatura a rector de Rolando Castillo Montalvo no logró fructificar. Se había convertido en una institución con intereses políticos nacionales y, así, había sido corrompida por la accesibilidad a recursos y prebendas. Dejé de ser docente en 2000 y me trasladé a Estados Unidos. He seguido en contacto con la Usac, sin embargo, tratando de apoyar sus proyectos de transformación. Varias figuras académicas muy respetables han intentado asumir la conducción; pero han fracasado ante el muro de quienes se han apoderado de ella, con vínculos extra-universitarios.
Los intentos de cambio han provenido del sector estudiantil, vía el planteamiento de reforma universitaria, que, a pesar de su urgencia, ha avanzado muy poco en más de diez años. No se avanzaba en el proceso y parece detenido con la captura del Rector y un ex rector bajo acusaciones de corrupción. Por ello, planteo que las y los revolucionarios debemos sumar esfuerzos para rescatar la USAC, como una vertiente para rescatar el país, sumido en la pandemia, el desgobierno y la corrupción. Demos vigor a la reforma universitaria y hagamos participar a la comunidad de casi trescientos mil universitarios en devolverle a la Usac las plenas funciones que le estableció la Revolución de 1944.