Raul Molina
La paternidad responsable tiene su fundamento en el carácter social del ser humano. A diferencia de otras especies, se procrean hijos e hijas no sólo para que vivan, sino para que cumplan un rol positivo en la sociedad. El concepto es amplio, al poner atención a las condiciones que determinan la procreación y la participación activa de los padres no sólo para proveer recursos económicos sino también para la crianza y desarrollo de hijos e hijas. Según documento de PNUD: “La corresponsabilidad del cuidado es un paso fundamental para lograr una sociedad más justa… La vinculación en la crianza y la distribución equitativa de las tareas de cuidado de los padres y madres, no sólo propicia un buen desarrollo biológico y psicosocial de sus hijos/as, sino también impacta en el acceso a oportunidades de desarrollo de todo el hogar”. Coincido, sin embargo, en la crítica al status quo: “Históricamente, los estereotipos y roles de género establecidos por la sociedad han asignado a los hombres una paternidad ‘responsable’ casi exclusivamente relacionada con el cumplimiento del rol de proveedor”. Esto, que es consecuencia de la ideología del capitalismo, deforma la condición de padre.
Destaco, pensando en mi padre, Eduardo Molina Riveiro, y los padres en su progenie, que han participado en el desarrollo de sus familias, el enorme impacto que han tenido no sólo los valores que han poseído y transmitido a sus descendientes, sino que la práctica consecuente de los mismos. La herencia más rica y duradera la trasladaron con su ejemplo. Los padres ejemplares son invariablemente quienes ejercen la paternidad responsable. Familias así no son nuevas en la Historia; han existido en la cultura china por miles de años. Confucio, que tomó como modelo para el Estado la familia responsable, identificó que los gobernantes tenían que cumplir cinco virtudes: benevolencia, rectitud, decoro, sabiduría y responsabilidad. El gobierno ha de ser autoridad responsable frente a su población, y atenderla, en especial durante las crisis. Esto no existe en el Estado fallido y secuestrado que tenemos. Ante la incapacidad estatal frente al COVID-19, sus autoridades, presidente y directores de Salud, acusan a la población de irresponsabilidad. Aducen que contagios y muertes son producto del descuido ciudadano. Algunos casos pueden tener su origen en ello; pero el responsable directo es el desgobierno imperante. Se endeudó por miles de millones de dólares, bajo la excusa de la pandemia, y no usó esos fondos para contar con pruebas, tratamientos y recursos, ni para reforzar su planta de personal para la emergencia. Cuando finalmente los países occidentales produjeron la vacuna anti COVID-19, se pensó que esos cuantiosos recursos garantizarían la compra oportuna de ella para proteger a la población. No ocurrió, el dinero se esfumó y no hay vacunas. La irresponsabilidad de Giammattei ha significado la muerte prevenible de muchísimas personas y el peligro de mayores calamidades. Es un gobierno que demanda comportamiento responsable, sin practicarlo, y cuyo mandatario, totalmente incapaz, carece de ética y no abandona su ilegítimo cargo.