Jóvenes por la Transparencia

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Dylan Gerardi Velásquez, hombre maya kaqchikel, estudiante de educación, actual voz de la juventud indígena.
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Las indumentarias mayas son un legado de resistencia e identidad que trasciende cientos de años. En Guatemala existen distintas vestimentas mayas que reflejan una herencia ancestral que se elaboran con técnicas tan precisas y llenas de color,  sin mencionar significados y expresiones. Habilidades heredadas de nuestros ancestros tejedores como lo dice en el Popol Wuj: “hijos nuestros no nos abandonen”. Pero qué pasa con las prácticas que promueven lo contrario y las problemáticas que encierran.

Respecto al uso de las indumentarias y quiénes las portan, muchas veces son apreciadas en cuerpos blancos o modelos, pero discriminadas en cuerpos indígenas; problemáticas evidentes que se normalizan.

Dentro de mis experiencias, el uso de mi indumentaria ha sido siempre en un marco supuestamente cultural, que para otras personas normaliza su uso.  Actualmente, soy un joven de 18 años que porta la indumentaria maya con cotidianidad, pero esto me ha traído vivencias como sentirme muy observado mientras camino, comentarios como: “me puedo tomar una foto contigo” o “¿por qué usas traje típico?” O frases sarcásticas en kaqchikel como gritarme: “tat (papá en kaqchikel)” por la calle, incluso por niños. La normalización de estas prácticas y palabras promueven la discriminación y el miedo que se transforma en vergüenza al  portar una vestimenta maya en un entorno.

Tras todo esto he buscado razones por las cuales, a diferencia de mis amigos, no me avergüenzo de usar mi vestimenta maya. Y llegué a la conclusión de que todo recae en las prácticas educativas. La vergüenza proviene de exigir el uso a generaciones de niños y niñas como un disfraz (artificio que se usa para desfigurar algo con el fin de que no sea conocido) en celebraciones vacías. Podemos mencionar al 20 de febrero, cuando se les pide vestir con traje típico y comer tostadas y rellenitos para celebrar la muerte de Tecún Umán. O  fechas como el 15 de septiembre, en la que es obligatorio su uso en colegios. La percepción de muchos es “por puntos”, pero el valor de la indumentaria maya está más allá de esto. Todos somos libres de elegir nuestra identidad, pero también estamos obligados a respetar valores fundamentales que encierra la cultura ancestral.

Las indumentarias no son una artesanía, son una identidad. Están los tecomates, muchísimos collares, canastas, incensarios, entre otros objetos que se usan para mostrar las indumentarias que no forman parte de la cotidianidad de hombres ni de mujeres. La idea de que un hombre indígena lleva un azadón o un incensario a donde vaya es errónea, somos un pueblo que piensa, que habla, que va mucho más allá de saber bailar el son. No somos sinónimos de inferioridad ni de show.

Por muchísimos años, hemos adoptado modalidades que aportan al mantenimiento de nuestra identidad, pero al mismo tiempo a perderla. Miles de tejedoras y tejedores dedican su vida a la elaboración de vestimentas, pero qué pasa con la modernización. Cuando empresas occidentales copian diseños ancestrales, prendas sagradas o ceremoniales en vestidos,  para venderlos más baratos, con menos calidad, afectando significativamente el trabajo de tejedoras y tejedores. ¿Dónde queda el valor de mi indumentaria?

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