Jóvenes por la Transparencia

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Por Franco L. Farías, director del Movimiento Libertario de Guatemala y coordinador local de Students For Liberty.

 

Imaginemos lo siguiente: hay una aldea en el recoveco más profundo del interior de Guatemala. Esta aldea, no solo debe luchar con los problemas de conectividad, es,  además, de escasos recursos. Tenemos entonces a un empresario que, por ejemplo, desea llevar a esa aldea alimentos básicos. A este empresario no solo le es inconveniente llegar por la difícil ubicación de la aldea, sino que también no le es tan rentable pues no puede sacarle tanta ganancia a los productos que venderá, dado que, en  general, ahí viven personas de escasos recursos.

A pesar de toda esta adversidad, el empresario decide llevar la comida y aumenta, con ello, el bienestar de la aldea. Es bien sabido que, dadas las condiciones particulares de esta aldea, este empresario sea, probablemente, el único que quiera llevar comida a esta aldea. Es entonces un monopolista; sin embargo, pregunto, para los que allí viven ¿es un héroe o un villano?

La famosa ley de competencia ha puesto en el ojo de la opinión pública el tema de los monopolios. Pareciera que nuestros queridos políticos quieren salvarnos de los egoístas, explotadores y especuladores empresarios. Quienes parecieran, por naturaleza, tender al monopolio y a la colusión. Serían entonces, solo estos seres cuasi angelicales -los políticos- quienes nos salvarían de semejantes bestias. Parecería que si estas bestias -los empresarios- están bajo la correa del Estado, pueden portarse bien; pero si juegan bajo las reglas del libre mercado, tienden, inexorablemente, al monopolio.

Si se examina el fundamento teórico de cada ley de competencia, se obtendrá la siguiente sentencia: los empresarios no se preocupan del bienestar de la sociedad, y es por ello que, en un libre mercado, tenderán a los monopolios y a la colusión.

Comencemos por los hechos: es cierto que en Guatemala hay monopolios, y también es cierto que estos monopolios perjudican a la población; pues si no existieran, la gente no tendría que pagar ese extra, y podrían dedicarlo a satisfacer otras de sus necesidades, o a ahorrar. El tema es el siguiente, ¿qué causa estos monopolios? ¿El libre mercado, o el Estado? En esta edición de traduciendo políticos, se buscará explicar cómo en el libre mercado la práctica nociva de monopolio no es provechosa para los empresarios,  y que, cuando hay monopolios mantenidos en el tiempo (en libre mercado, recordemos), estos son los que mejor han beneficiado a la sociedad.

Examinemos esto, pero primero, veamos qué se entiende en la economía por un monopolio. Un monopolio es, por definición, un solo oferente; en otras palabras, un solo vendedor. Se podría pensar entonces que, si solo hay un vendedor de algo, y toda la gente quiere comprar ese “algo”, el vendedor podría poner el precio más elevado que si existieran más empresas que vendieran ese “algo” (así es como funcionan los monopolios actualmente). Sin embargo, si este monopolista se encuentra en un libre mercado, otras empresas no tendrían problema en comenzar a producir ese “algo” y venderlo. Claramente, como el monopolista está vendiendo por sobre el precio de mercado, las otras empresas tendrían mucho margen de ganancia para entrar a competir. En esta línea, si el monopolista inicial quisiera permanecer en el mercado, debería bajar los precios de sus productos, u ofrecer alguna ventaja comparativa (algo que lo diferencie de los demás), para que le sigan comprando su bien a ese precio. Por tanto, vemos cómo, en este caso el monopolio no se pudo mantener.

¿Cómo podría entonces mantenerse un monopolio en el libre mercado? La respuesta es sencilla, y el lector astuto ya la debe haber previsto. La única manera que se mantenga un monopolio (un solo vendedor) en el libre mercado, es que ese vendedor ofrezca el mejor producto al mejor precio disponible a lo largo del tiempo. Es decir, un monopolista (en libre mercado), lejos de empobrecer a la población, la abastece de exactamente lo que necesita al precio más conveniente disponible. Esto es conocido como “monopolio de eficiencia”, y nada tiene que ver con lo que ocurre en Guatemala. Explicaremos de qué naturaleza son los monopolios de Guatemala (y de la mayoría de países), pero antes, explicaremos las tres barreras que tiene una empresa para volverse un monopolio “malo” en el libre mercado.

Es impresionante que el economista alemán Hans F. Sennholz ya dijera esto hace más de 65 años y aún, hoy en día, se siga cayendo en las mismas falacias económicas. Parece imposible no imaginar una segunda intención. Las líneas que siguen no son más que un breve e injustificado resumen del artículo “The Phantom Called “Monopoly””.

A excepción de los “monopolios de eficiencia” (ya anteriormente explicados), hay tres barreras sustanciales en el libre mercado que no permiten posiciones abusivas, o “monopolios malos”. Son las siguientes:

Competencia potencial: tenemos que, en un libre mercado, no hay barreras artificiales, ni de entrada ni de salida, por ello, siempre que una empresa tenga aspiraciones monopolistas, e intente colocar un precio que no sea competitivo dentro del mercado, nada impediría que otras empresas entren “a la jugada” y coloquen precios más bajos, desmantelando así el intento monopolista.

Bienes sustitutos: se sabe que los bienes no son bienes por una cualidad intrínseca, sino por la necesidad que buscan resolver. Teniendo en cuenta esto, es bastante complicado – o poco probable- que solo un bien satisfaga mi necesidad. Por ejemplo, si tengo hambre, puedo escoger entre comer frijoles o comerme una hamburguesa; ambos bienes -el frijol y la hamburguesa- van a satisfacer mi necesidad -el hambre-. En este sentido, cuando una empresa de un bien “X” coloca el precio muy elevado, y ninguna otra empresa está interesada en ofrecer el bien “X” a un precio más barato, las personas tenderán a escoger otro bien, de similares características, que resuelva la misma necesidad. Por tanto, nuevamente, los intentos monopolistas han fracasado.

Elasticidad de la demanda: esto es otra manera de decir “qué tanto quiero yo una cosa”. Por ejemplo, estoy dispuesto a tomarme un café por Q25, pero jamás tomaría ese café si costara Q100. Si una empresa sube mucho el precio de un bien, llegará un punto en el que las personas ya no quieran comprar ese bien, pues valoran más su dinero, o las cosas que, potencialmente, puedan comprar con ese dinero. Nuevamente, el monopolio malo ha quedado fuera de combate.

Veamos entonces qué sucede en Guatemala, y por qué los monopolios que existen no son de “eficiencia”, sino los llamados “monopolios nocivos”. La respuesta, como la mayoría de problemáticas en la economía, es el Estado.

Ninguna empresa puede ofrecer precios abusivos y permanecer como único oferente sin que alguien la proteja. En este caso, las empresas monopolísticas en Guatemala son protegidas por el Estado, que, a través de regulaciones directas e indirectas, encarece las barreras de entrada, o, directamente, limita las empresas que pueden participar de un mercado, diciendo que es de “interés nacional”. Entendiendo el comportamiento del libre mercado, parece obvio que sólo puede existir un “monopolio malo”, cuando alguien limita la competencia potencial y/o los bienes sustitutos. Por tanto, dada la inherente naturaleza violenta y coercitiva del Estado, se entiende que este es el único grupo que podría hacer tal cosa. Otra opción sería que una mafia protegiera una empresa, pero francamente, -y en muchas ocasiones- el comportamiento de una mafia y del gobierno son bastante similares.

Es por ello que,  cuando los políticos dicen: “queremos protegerlo de los monopolios producidos en el libre mercado”, lo que realmente están diciendo es: “queremos seguir recibiendo los beneficios, mordidas y otras ganancias que nos producen los monopolios, que solo nosotros somos capaces de generar, y que damos a nuestros amigos, camaradas políticos y familiares”.

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