Pablo Velásquez
Estudiante de Ciencia Política en Tübingen
pabloivelasqueza@gmail.com
@pablovelag77
Quienes estén enterados de las noticias actuales sabrán que el 7 de abril la Presidencia de la República destituyó a la ministra de Ambiente y Recursos Naturales, doctora María José Iturbide. La semana anterior al 6 de abril, usuarios de distintas redes sociales comentaban sobre el mal uso que la exministra había dado a un vehículo que le había sido otorgado por parte del Ministerio. La jerarca se lo había dado a su hija para que esta pudiera transportarse. El hecho enfureció a los usuarios por haber utilizado un bien público para dirigirse a actividades privadas de ocio.
El 6 de abril, ante los comentarios, el Presidente de la República dijo a través de X (antiguo Twitter) que “habló con la ministra para hacerle saber su opinión” para que “no volviera a repetirse” y que habló con el comisionado contra la corrupción para que “el caso oriente el nuevo código de ética para los funcionarios”. Por otro lado, la vicepresidenta comentó que “estaría abordando el tema en el Gabinete de gobierno”. Y así, unas horas más tarde, el mensaje de destitución fue publicado por canales oficiales del gobierno.
La historia puede parecer insignificante para muchos. Como algunos comentarios lo mencionan: “hay cosas más urgentes”. Sin embargo, no me parece justo la relativa importancia que se le ha dado a esta acción en algunos círculos. Lo que esta pequeña historia nos trasmite es un cambio paradigmático de la forma de gobierno en nuestro país.
Tenemos un gobierno que escucha clamores populares, un gobierno que en el poco tiempo que lleva trata de cumplir sus promesas y cuya acción se muestra en público al momento. Un gobierno que, como dice su propuesta, se encarga antes de todo de erradicar la corrupción en nuestro país. Es un precedente muy importante para nuestro gobierno y se espera que siga así.
Y como nunca puede faltar, siempre hay críticos. Los hay tanto antisemillistas como semillistas y cada uno expresa sus críticas. Por ejemplo, la supuesta “hipocresía” de un movimiento anticorrupción corrupto o la crítica que el castigo fue muy severo o débil. Sin embargo, la crítica que más me llamó la atención, tanto por ser utilizada por ambos espectros y por ser relevante para el título de este artículo, es la que llamaré: acción ciudadana.
¿Qué es la acción ciudadana en este caso y por qué está tan mal? Según los críticos de estos hechos, el mayor problema es que el gobierno no actuó de forma proactiva, sino que se ocupó solamente del asunto después de haber sido criticado por la población. El mayor problema entonces es que el gobierno no es “anticorrupción” por sí mismo, sino que el pueblo es el único que está en la lucha y que ha sido olvidado o traicionado como siempre.
La democracia es un sistema bello y quizá el más justo, pero, como todo en la vida, también uno de los más caros de mantener. Y no es que por sus estructuras políticas esto sea un problema, sino que la energía que se necesita para dar vida a esta forma de gobierno es mucha y no puede ser entregada solo por algunos, y mucho menos una sola persona.
Para que una democracia funcione se necesita el interés y el actuar de las personas. Una democracia sin acción ciudadana no es más que una oligarquía, la forma más común de gobierno. Cuando las personas se abstienen de actuar y ser parte del Estado, el poder real lo blanden grupos de personas específicas. Además, en un fenómeno muy típico de nuestros hermosos pueblos latinoamericanos, la gente evalúa la política con base a la acción espontánea de su gobernador y no a cómo este se integra en el proceso político. Es este caudillismo, monarquismo mesiánico absolutista oculto, el que muestra que nuestro país no está listo como nación para volverse una democracia.
Todo esto me recordó a un viejo drama hispano del Siglo de Oro: Fuente Ovejuna. En esta interesante historia de Lope de Vega, el pueblo de Fuente Ovejuna se encuentra bajo el dominio de un malvado comendador, el cual comete barbaridades contra sus habitantes. Después de muchos abusos, el pueblo decide asesinar a su gobernante y por eso sus habitantes son investigados y torturados por enviados de los Reyes Católicos. Sin embargo, contra todo sufrimiento, ningún habitante del pueblo revela quién lo asesinó, respondiendo a la pregunta: Fuente Ovejuna lo mató. Ante esto, los Reyes deciden perdonarlos porque ven que su acción fue justa.
La democracia es el poder del pueblo y nace del pueblo, pero solo funciona cuando el pueblo sirve al pueblo y escucha al pueblo. ¿Tenemos “reyes” justos que escuchan, por qué no tomar la acción como ciudadano y hacer lo correcto? ¡Es nuestro deber para que funcione una República! Denunciemos y llamemos la atención de aquellos con el poder para que se haga justicia. No es instantáneo, pero como vemos en este caso, algo se hace.