Por: Alessandro Sapón.
Contacto: galess956@gmail.com
X (antes Twitter): @Alessandro_Ssss
Soy estudiante de Derecho en la Universidad Francisco Marroquín, co-conductor del podcast “Pocas Pajas” y analista político.
Siempre he sido un firme creyente en el diálogo y en el debate como herramientas para el desarrollo de la sociedad. La dialéctica tiene como fin principal abatir al adversario. En la antigua Atenas, por ejemplo, se practicaba el hábito social de celebrar debates públicos, en los cuales dos personas asumían los roles de sostenedor e impugnador en un juicio previamente establecido. Esta tradición demuestra la importancia del debate desde tiempos antiguos.
Es crucial destacar que en aquel entonces ya existían ciertas reglas inherentes para realizar estos debates públicos. Entre ellas, una de las más importantes era la capacidad de ganar o perder con elegancia. Otra regla fundamental era que los adversarios debían abstenerse de recurrir a tácticas desleales -marrullerías-.
¿Qué quiero decir con todo esto? Es evidente que la cultura en la que vivimos hoy ha perdido estas antiguas normas, no solo en el ámbito del debate público, sino en todos los aspectos de la vida. Centrándonos en el tema político, ahora cuando alguien tiene una ideología diferente a la nuestra, a menudo se recurre fácilmente a la cancelación de sus ideas, simplemente porque no nos agrada su forma de pensar.
Es importante distinguir entre refutar una idea con argumentos válidos, que aborde los aspectos formales, materiales y pragmáticos del argumento, y simplemente desecharla por no estar de acuerdo con ella. Debemos debatir con altura y ganar en el campo intelectual.
Es frecuente observar cómo en el debate público, ya sea en redes sociales u otros medios, las personas descartan opiniones simplemente porque no están alineadas con las suyas. En este contexto, aparecen los llamados netcenters, quienes a menudo generan una forma de violencia política. Además, es importante analizar el papel de ciertas figuras políticas que incitan al odio hacia sus adversarios, y cómo esta incitación es replicada por sus seguidores, a veces de manera fanática.
Existe un gran número de seguidores políticos -no necesariamente vinculados a un partido político en particular- que tienden a etiquetar con términos como “fascistas”, “extremistas”, “autoritarios”, “fachos”, entre otros, a aquellos que discrepan con sus ideas o critican las acciones de su partido. Esta práctica carece de sentido en muchos casos.
Ante esta situación, es crucial fomentar una cultura de diálogo y transparencia, evitando recurrir a tácticas desleales. Debemos crear espacios de debate en los que se puedan compartir ideas de manera constructiva. Todas las opiniones son válidas, aunque su valor efectivo o viabilidad pueda variar. Sin embargo, todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones y, al mismo tiempo, debemos respetar las opiniones de los demás. Este cambio cultural requerirá tiempo, pero no es imposible.
Una solución en el ámbito político es no respaldar ciegamente las acciones de los partidos que supuestamente representan nuestra ideología. Debemos ser leales a nuestras convicciones e ideales, en lugar de a los políticos en sí, ya que, al fin y al cabo, estos últimos son solo eso: políticos.