Jóvenes por la Transparencia

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Por: Adam Franco

Estudiante de doble carrera de Ciencias Jurídicas y Sociales y de Relaciones Internacionales con especialidad en Analista de Política Internacional, ambas en la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Ig: Buer.42
francosantizo42@gmail.com 
fcccmarcodeaccion@gmail.com   

 

Mientras usted lee esto, el diario acontecer de la política nacional vuelve a tener un peso ingente en la vida de miles de personas que provoca que, hasta los más reacios, apolíticos e indiferentes, se pronuncien y organicen para afrontar la profunda contusión política y social.

Aquellos que hoy están alzando su voz, aun cuando el ejercicio de su derecho pueda incomodar a los sectores más acomodados y conservadores (esos que nunca han encontrado razón social suficiente para protestar) son los que, a simple vista, abanderan la contraofensiva frente al cinismo oficialista.

Quizás usted forme parte de aquellos que dignamente enarbolan el despertar cívico y el hastío de la corrupción; pero, mientras la mayoría comparten consignas y manifiestan su inconformidad sobre el complejo sistema de impunidad de nuestro país, la verdadera contienda se está librando en otro lugar, y no en las calles.

Detrás del telón se está librando la verdadera batalla con actores que están luchando por demostrar quién tiene mayor influencia, quién soporta más las consecuencias de sus actos, y quién puede sostener sus intereses por sobre todas las turbulencias. Los que tienen el peso de tomar una decisión que puede detener la crisis o dar riendas sueltas para que todo empeore son quienes en realidad están jugando un macabro juego de decisiones que puede perjudicar profundamente, inclusive a ellos mismos.

Un auténtico duelo de sátrapas, funcionarios de posturas camaleónicas que pretenden posicionarse y demostrar quién puede sacar a quién y quién puede sostener a quién.

El Tribunal Supremo Electoral, la Corte de Constitucionalidad, el Ministerio Público, el Organismo Ejecutivo, el Legislativo, sectores sociales y empresariales; muchos, seguramente aliados otrora, pero que, ante la pésima ejecución de su “plan maestro” de cooptación sistémica, son capaces de moverse entre pactos, traiciones, señalamientos y amenazas con tal de mostrarse a sí mismos como oposición pro democrática.

Obstinados en demostrar quién tiene mayor peso político, algunos con recursos jurídicos, otros aferrándose a sus puestos, emprenden empresas desesperadas con tal de eximirse de la responsabilidad y de la afrenta. Manejan sus recursos cual engorrosa partida de ajedrez en la que no hay estrategia más allá del segundo movimiento.

Esto lo hacen señalando a un enemigo común, arengando consignas, “comprendiendo, pero no compartiendo” las formas de protesta comunes, emitiendo reflexiones y posturas repletas de valores y llamando siempre a la calma y la unidad. Todo esto es un oportunismo cuasi natural de estos individuos, pero que ahora se difumina entre el clamor popular.

Por ello, es importante en estas coyunturas tan ajetreadas mantener despiertas la memoria y la razón. No hay que olvidar mantener la crítica activa, mantenerse vigilante ante estos estados colectivos de exaltación; pues hay quienes la ambición los despoja de toda moral y congruencia, y aprovechan cual predadores este tipo de escenarios para enaltecer su pérfido liderazgo.

Esos mismos personajes son quienes han contribuido a colocar las piezas de tal manera que el pueblo siempre se encuentre en desventaja, y que, eventualmente, su inquietud los inclina a sugerir movimientos al rival para que así este pueda “avanzar” un poco (no sin antes esperar las gracias de vuelta).

No olvide que este fragor colectivo debe de incomodar a todos y no sólo a unos pocos con nombre y apellido visible, porque hay muchos intereses en contienda. Sólo el enfoque holístico puede hacer que nosotros como sociedad alcancemos (quizás) un objetivo común completo y no únicamente un intermedio.

Cuando unos pierden, otros ganan, y lo peor que nos puede pasar es creer nuevamente que hemos ganado una lucha social, cuando sólo hemos sido espectadores de las victorias de otros.

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