Por: María Gabriela González Bran
*Soy estudiante de Relaciones Internacionales de la Unidad Rafael Landívar. Soy muy soñadora para los realistas y muy realista para los soñadores, pero todos estamos de acuerdo en que la defensa de la vida, la libertad y la dignidad humana son clave para poder lograr el cambio que todos queremos para nuestra Guatemala y para nuestro mundo*
Una vez había dos chicos hablando sobre política, uno defendía la democracia a capa y espada, mientras al otro no le entusiasmaba para nada la idea. Decía, “es como escoger quién te va a robar tus impuestos”.
Este joven dijo una vez “¿cómo puedes decir que es un sistema representativo, cuando escoges entre personas que no te convencen? ¿o entre los que alguien escogió por ti?” Sin embargo, el otro no decía nada. Creía que no valía la pena discutir este tema porque no iba a poder cambiar la opinión de su amigo.
Un día, llegó la temporada electoral. Ya se imaginan, un amigo vivía todo como una fiesta cívica, motivando a sus amigos a ir a votar y pendiente de las entrevistas y debates. Mientras el otro, también se informaba, pero con resignación, sin esperanza y hasta sin ganas.
En la primera vuelta, todo fue una sorpresa para ambos, ya que candidatos poco esperados pasaron a segunda vuelta. Para el primer joven fue una bala al corazón. Sentía que todo estaba perdido, porque el candidato por el que votó no pasó a segunda vuelta. Sentía que el mundo se le venía encima, que no tenía ningún sentido luchar por las causas que lo motivaban; hasta sentía un bajón emocional. En cambio el otro estaba sorprendido también, pero no tuvo ese gran impacto, porque ningún candidato lo logró convencer.
El primer amigo en la segunda vuelta sintió que escogió verdugo, sin embargo, el segundo sabía que una vez más escogería al menos peor, o aplicaría el anti voto.
Pues bien, fueron las elecciones, y el defensor de la democracia no sabía si había quedado el menos peor, pero de todas formas estaba inconforme. Tenía la sensación que el país estaba condenado, que todo iba a cambiar. Veía a otros compañeros -con los que tenía diferencias ideológicas- celebrar como locos, decir que por fin ganó la democracia y otras grandes celebraciones. Había momentos en los que no sabía qué hacer; en los que trataba de hallar alguna explicación racional sobre qué pasó. ¿Fraude? ¿Alguna trampa? ¿O realmente ganó legítimamente?
Desolado, la pobre persona decía “es una desgracia lo que acaba de suceder; ¿cómo es posible que esto esté pasando?; ¿y ahora qué haremos?” Y pensaba en su amigo que no defendía la democracia porque creía realmente que no había representatividad. Por un momento, pensó “tiene toda la razón”, sin embargo, recordó a su “yo” preelectoral, y se dio cuenta que esa es la gracia de la democracia. No siempre vamos a estar satisfechos con las personas que ganen las elecciones, pero como ciudadanos es nuestro deber aceptarlo y continuar.
Si estamos a favor de quien ganó será excelente; y si estamos en contra será una lástima. Pero no podemos ver la forma de cambiar las cosas, al contrario, tenemos que estar más pendientes de las acciones que tomen los gobernantes, para que, si cometen un error, decir “se los dije”. Debemos promover una cultura de transparencia y rendición de cuentas. Estar informados e informar, discutir y debatir de forma madura con argumentos reales. Con el cerebro, no con el corazón. Este es nuestro deber como ciudadanos; de todos, no solo de los que están a favor o en contra. Dejemos a un lado las discusiones agresivas y poco maduras de Twitter, fomentemos un debate real, cosa que solo lograremos, si nos involucramos, y estamos pendientes de lo que sucede y lo cuestionamos.