Por: José Daniel González
“La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre; con excepción de todos los demás”. Aunque sea una frase utilizada en reiteradas ocasiones, y haya sido pronunciada hace casi más de 80 años, su mensaje sigue estando vigente en la actualidad. Escuchamos en mensajes de todos los sectores del país: “defendamos la democracia” o que es necesario “defender la voluntad del pueblo”. Sin embargo, estas exhortaciones llenas de pasión y de pasión cívica, tienen poca resonancia en los oyentes guatemaltecos, ya que ni nosotros estamos claros sobre qué es la democracia, o por qué es algo que merezca la pena defender.
Es fundamental iniciar este análisis en la ley; esas palabras escritas en papel que parecen ser el límite a todo poder humano. En la Constitución se define a la democracia, asegurando, categóricamente, que Guatemala es republicana, democrática y representativa. El texto señala que todos los ciudadanos tenemos el derecho de elegir y ser electo, lo cual nos da una percepción que, si en la norma fundamental de nuestro país lo dice, no hay quien lo pueda contradecir. Pero si esto es cierto…¿por qué es necesario defender la democracia?
Si fuera tan sencillo defender a la base de nuestro Estado, como comprar un ejemplar de la Constitución y pegar el artículo conducente ante las puertas de quienes quieren despreciarla, no habría razón para temer que puede ser revertida. Lamentable, y, afortunadamente, no es así.
A primera vista, parecería que la ley no tiene la fuerza imperativa que nos hacen creer, porque debemos nosotros, los integrantes del Estado democrático de derecho, actuar fuera del papel para hacer valer lo que se supone es nuestro como ciudadanos: el derecho a ser oídos, a elegir y a ser electos. Pero, cuán afortunados somos nosotros que podemos gritar ante una cámara, ante una audiencia, ante el mundo entero, que estamos en desacuerdo con las actuaciones de ciertas personas. Y podemos hacerlo sin aviso ni permiso previo. Yo puedo verter en estas líneas mis pensamientos sobre la democracia, sobre el Estado, sobre sus representantes y sobre las leyes de nuestro Estado sin tener que esperar que el Estado me autorice. Vivir en democracia ES defender la democracia.
Como lo dijo el pensador griego Aristóteles: “somos animales políticos” y, por consiguiente, tendemos a asociarnos, a crear sistemas de poder, a tener discrepancias entre los integrantes de nuestra sociedad y a resolver estas diferencias por medio del diálogo. La democracia no es más que la descripción de la existencia humana. Nuestra condición primaria es la de alzar la voz, buscar mejores soluciones y nuevos problemas, buscar la libertad; porque, suscribo, estamos condenados a ser libres.
Por lo mismo, defender la democracia no es solo un “deber cívico”. No es necesaria una licencia previa para ser democrático, está en la naturaleza de cada uno de nosotros vivir en democracia. Hablar sin miedo a que me censuren, entendiendo que otros podrán estar en desacuerdo conmigo. Esto es algo natural, y, a la vez, la herramienta más poderosa para defender nuestro sistema.
La próxima vez que escuche que debemos “defender nuestra democracia” o “defender la voluntad del pueblo”; es imperativo entender que la democracia no necesita guerreros como los legionarios romanos para ser defendida. Por el contrario, necesita de ciudadanos como nosotros, que hablen, porque es natural alzar la voz cuando no nos parece algo. De nuevo vuelvo a repetir, que la Constitución no es el fundamento de la democracia, sino que es el reconocimiento del estado natural de la sociedad. Debido a que el ser humano vive en democracia, la ley así lo reconoce. Y, por lo mismo, he entendido que para defender la democracia, solamente, hace falta vivir en democracia.