Alejandra Rivas
Estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad de San Carlos de Guatemala, activista social.
Correo: alejarivas2001@gmail.com
Ig: alemargonzalez_
Es increíble cómo en un país en donde las personas se conocen y mantienen comunicación constante de lo sucedido en sus sectores y/o comunidades, el diálogo sobre coyuntura política sea inexistente, porque “hablar de política es meterse a cosas que a uno no le incumbe”. Esta actitud indiferente tiene profundas raíces históricas y se ha convertido en un tabú del cual necesitamos hablar y empezar a vencer.
¿Cómo es que nuestra indolencia repercute en el funcionamiento de nuestro sistema sociopolítico? La respuesta puede parecer tan sencilla si sólo la decimos, pero en realidad es más compleja al momento de incidir, debido al escaso acceso a información y la poca costumbre de unificación que tenemos los guatemaltecos para iniciar un involucramiento activo.
Nuestra historia está marcada por golpes de Estado y conflictos políticos que provocaron violaciones significativas a los derechos humanos. Esta serie de eventos ha generado una sensación de desconfianza y desilusión en la ciudadanía. La repetición de estos ciclos ha generado la percepción que la participación política no gestiona cambios significativos, lo cual concluye en la apatía de la que hablamos.
Existen dos caras de la misma moneda al momento de conversar sobre el porqué de dicha apatía… En primer lugar, encontramos que el ciudadano guatemalteco no se interesa porque cree que la toma de decisiones públicas no le afecta en su vida cotidiana, ni le genera consecuencia alguna. Así que decide no meterse y “seguir echándole ganas por su cuenta”. En segundo lugar, encontramos a aquellas personas pendientes de la realidad nacional y cómo esta trasciende en cada uno de los ciudadanos sin importar en qué parte del territorio se encuentre. Sin embargo, hay algo que a estas personas les detiene a emitir una crítica hacia la política guatemalteca, y es el temor a ser señalados por dar una opinión y que esto provoque una posible represión.
Los escándalos de corrupción y la impunidad generalizada han minado la credibilidad de las instituciones, y esto nos han llevado a creer que la mayoría de los políticos sólo buscan intereses propios y no el bienestar del país. Esta desesperanza ha llevado a muchos a apartarse y a no adoptar una postura política. El temor a las represalias es un factor importante de por qué las personas deciden no emitir una crítica, porque se entiende que una expresión política divergente genera una posición de vulnerabilidad. La atmósfera de intimidación creada dificulta la participación activa de nosotros como agentes políticos de cambio. Construir un debate político totalmente abierto en el cual se exprese por qué señalamos y repudiamos actos criminales ejecutados en la administración pública, significa desestabilizar los intereses personales de los personajes de poder de nuestra sociedad. Es lamentable que por esto se haya creado una cultura de silencio en la que evitar un debate político es más común que enfrentarlo.
Nuestra historia desgarrada por el silencio, envuelta por la corrupción y la desigualdad, provoca nuestra indiferencia y nos desapega de nuestro deber como ciudadanos. Es por esto que debemos empezar a ser conscientes de que el cambio político está en el cuestionamiento, la unificación y la discusión ante la toma de decisiones que repercuten en nuestra realidad nacional. Si yo no empiezo ¿quién lo hará por mí?