Nos enseñaron que ser niña está mal y lo que está mal es la sociedad.
La sociedad que reprime, corrompe, vulnera, persigue, desaparece y asesina. “¿Por qué lloras? Pareces una niña”, “peleas como niña”, “esos juegos son de niñas”, “hablas como niña”. Hemos crecido escuchando estas y tantas frases más. ¿Por qué jugar como niño es mejor que jugar como niña? ¿Por qué a los niños se les dice que no sean como las niñas? ¿Qué hay de malo en patear una pelota como una niña? ¿Acaso esto es justo?
Es pleno 2023, y los estigmas sociales y culturales nos han rendido a ellos. A que ser niña, joven, mujer, mamá y abuela está mal. Se ha normalizado tanto el acoso callejero que incluso nosotras nos sentimos culpables: porque vestimos así, porque salimos a tal hora, porque hicimos algo que los hizo enojar, porque los hombres son hombres y la policía no nos protege. Porque nunca sabremos cuándo podría estar frente a nosotras un posible violador, acosador o feminicida. Porque no sabemos cuándo nuestra cara puede aparecer en una alerta Isabel-Claudina o en una Alba Keneth.
Y no. No somos privilegiadas porque haya leyes específicas hacia mujeres. No es cuestión de beneficios. Es una distinción que reconoce la impunidad a la que nos enfrentamos. Las estadísticas expresan la falta de igualdad y justicia, el desfase en la situación de género, la violencia. La sociedad nos ataca, y cuando una de nosotras desaparece se espera que estemos muertas o violentadas. Porque si aparecemos sanas y salvas, probablemente “nos fuimos con el novio” y somos unas callejeras sin pudor.
Se burlan de nuestras desapariciones, de las constantes denuncias, de los gritos de auxilio: que somos unas exageradas, intensas y lloronas, que no aguantamos nada. Pero no, no es normal.
No es normal que estadísticas de la ONU, durante el año 2021, señalen que un 65% de las mujeres en Guatemala sufrieron violencia psicológica, 55% violencia física y un 47% no pudo salir de su casa por violencia económica. Se ha normalizado tanto la agresión que hay personas que, incluso, la defienden y siguen perpetuando modelos patriarcales y colonialistas.
Ninguna niña debería de recatarse para protegerse, ninguna debería de enfrentarse al miedo de ser tocada, violada o mutilada. Queremos ser libres y vivir sin miedo, pero la realidad es que hoy solo luchamos y nos invade la rabia. Por todas aquellas que ya no están, por aquellas que pudieron estar, pero la ineficiencia del Estado las dejo morir, por las que se esconden o conviven con su violentador. Por todas nosotras, que sobrevivimos en una sociedad machista, porque no somos las débiles de esta historia. Somos las que peleamos y permanecemos; las que gritamos y exigimos justicia.
Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, representa para muchas un espacio de sororidad, de acuerpamiento y de lucha colectiva. Nos unimos desde distintas expresiones de protesta para exigir nuestros derechos, para reclamar y alzar la voz, para visibilizarnos y, sobre todo, para que ninguna tenga que agachar la cabeza ante las injusticias diarias que se viven en Guatemala.
Merecemos dignidad, merecemos respeto. Igualdad. Justicia. Paz. Soberanía. Merecemos ser libres y que no falte ninguna, merecemos estar todas.