Pablo Mendoza, fundador del Proyecto ‘Poder en tu Voz’, exbecario UGRAD del Departamento de Estado de los EE. UU. y estudiante de Ciencias Jurídicas y Sociales.
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Mientras escuchaba al animador del evento gritar ‘el borracho’, ‘la sirena’, ‘el diablito’; veía, junto a un grupo de niños que comían tostadas, a señoras y señores cantando las canciones del ‘Buki’. Pregunté en la mesa: ¿y si fuera así, no solo en Navidad? ¿Merecemos el disfrute de espacios comunes, más allá del 24? y si sí, ¿cómo lo exigimos?
Esta semana, una amiga me invitó al bazar navideño que organiza la Asociación de Vecinos de mi colonia desde hace un par de años. A pesar de estar rodeado por gente con la que compartimos el factor ‘vecino/a’, me sentía al lado de muchos desconocidos. Mi amiga tenía su área de venta en el bazar, y mientras me contaba que había sido difícil que le dieran la oportunidad para poner su venta en el bazar, debido a lo numeroso de las solicitudes de emprendimientos para estar ahí, yo solo pensaba ¿por qué no conozco a nadie –o casi nadie– de las personas que están aquí, si llevo toda mi vida habitando en esta colonia?
También estaba la mamá de mi amiga y al charlar exclamó: ‘¡qué alegre que, al menos aquí tuvimos oportunidad de reunirnos, si no no nos juntamos!’. Pensé: ¿por qué no tenemos un espacio regularmente como este para interactuar con otros vecinos? ¿Por qué, si hay una Asociación de Vecinos, no hay un interés genuino entre la gente que habita este ámbito territorial? ¿Es una situación exclusiva de mi colonia? Y… luego de muchas preguntas, reflexiono en lo vacío que se queda el término ‘comunidad’, cuando el interés genuino en los asuntos de los demás se ve borrado por la carencia histórica de espacios públicos o comunes de calidad, accesibles y seguros, para generar vínculos entre personas que se encuentran en un mismo territorio.
De hecho, de acuerdo con Jane Jacobs (1961), se estima que “el espacio público en la vida contemporánea debe estar orientado netamente a fortalecer el contacto humano y hacer que, mediante el diseño urbano y la óptima localización de las distintas funciones urbanas, de manera articulada, los mismos habitantes de la ciudad se protejan y así constituyan un mutualismo entre componentes urbanos, donde se ‘intercambian’ habitantes y unos pasan a ser los vigilantes del sector en ausencia de los primeros”. Esa ausencia de mutualismo, que a la gente de ciencias sociales nos gusta llamar comunidad, se debe, primeramente, al desinterés hacia la situación de otras personas que nos rodean. En segundo lugar, que más bien es la raíz del asunto, se debe a la privación estatal de espacios públicos o comunes –de calidad, accesibles y seguros– para la interacción entre personas, que deviene en la casi nula organización y acuerdos entre sectores.
Todo ello, a gran escala, trae repercusiones graves como la falta de convenios en instancias como el Congreso de la República, desafección política por parte de la ciudadanía, y hasta en corrupción en diferentes niveles, debido a la falta de vigilantes del sector en ausencia de otros habitantes, parafraseando a Jacobs en el párrafo anterior. Por eso, esta Navidad –y en cualquier otra fecha– exijamos, y no a Santa Claus, sino a nuestras autoridades, espacios públicos –de calidad, accesibles y seguros–, donde no tengamos que esperar a que llegue el Festival Navideño de la zona 1 o el bazar de sus colonias, para empezar a reconocernos los unos a los otros. Allí está la clave para rescatar la política.
Referencias
Jacobs, J. (1961). Muerte y vida de las grandes ciudades. Salamanca: Capitanswing Libros.