Pablo Velásquez (Pabloski Vlad)*
A pesar de residir en el extranjero, mi compromiso hacia Latinoamérica y Guatemala nunca se ha reducido y es con gran pesar que día a día amanezco leyendo nuevas y más crueles noticias sobre la gestión pública. ¿Cuál sería mi sorpresa entonces al despertarme y leer una noticia de destitución de un funcionario contra la corrupción de una forma la cual, quizá dicho de una forma sardónica, rima a través de la historia? Quizá ante la absurdidad de tal sentimiento de déjà vu, se diría que la reacción natural sería la de preocuparse o sorprenderse de que algo así siquiera pueda pasar, pero no hubo nada más que un “otra vez”, una reacción que parece sacada puramente de una novela de realismo mágico. Cómo es que nos hemos desensibilizado tanto para caer en un punto donde en nuestro imaginario colectivo miramos la corrupción como algo natural, y en una forma de historia cíclica, nos levantamos, protestamos, cambiamos algo y trágicamente regresa todo al mismo status quo anterior, incluso me atrevería a decir que se transforma en algo más insidioso, oculto y peligroso, todo se vuelve trágicamente peor, desesperanzador.
Si bien la contemplación de esta existencia puede parecer deprimente, no es mi objetivo comunicar sin ofrecer una nueva solución. Debemos analizar, no con la sangre hirviente y el fervor “revolucionario” al alzarnos, sino con una mente fría y controlada nuestras acciones, pues si bien creemos obtener algo, en la confusión terminamos otorgando más poder a aquel que ya tiene. ¿Qué fue lo que ocurrió con Iván Velásquez y Jimmy Morales hace 4 años? Puede que la razón de su destitución sea aún motivo de controversia, pero ¿cuáles fueron sus consecuencias? ¿Qué fue de la CICIG?, organización que lideró la investigación que llevó al descubrimiento de “La Línea” y que tuvo como consecuencia esa nueva “Primavera democrática” del 2015. Destruida y su función tomada por un órgano estatal que se presta a la corrupción de una forma más fácil. Y ahora, lentamente tomando más y más control de los órganos capaces de hacer pesos en contra. Si se reducen estos poderes, el triunfador es no solo una persona. No se puede simplemente culpar y quitar al presidente de turno. La institución de la corrupción es la que se perpetua, crece y gana más poder. Machtergreifung es como la historiología alemana define a esta toma del poder que llegó a la dictadura del partido nacionalsocialista. Lenta y metódicamente tomando un puesto, una función y sus contrapesos hasta no poder ser retenible. El grito revolucionario no debe orientarse a la marioneta de turno, sino que a esa institución que cada vez se vuelve más poderosa. Necesitamos nuevas mentes, nuevos policías. Necesitamos un despertar político que no tiene como objetivo un cambio político sino un cambio social, un cambio al pensamiento, un cambio que de lograrse podría impulsarnos a una sociedad más estable y segura, a una sociedad más justa y libre.
El cambio empieza con uno mismo, y es a través de cambiar que podremos cambiar el mundo. Debemos involucrarnos activamente, no solo cuando errores hacen sonar trompetas y se izan las banderas de la protesta, pues solo así con la participación tendremos una democracia estable y justa. Debemos hablar y criticar, proponer y actuar. Y así también debemos escuchar las voces de nuevos proponentes; jóvenes quizá e inexpertos, pero que desean ayudar a Guatemala y a toda Latinoamérica. Ésta es la solución que hoy les propongo, una solución que puede empezar desde hoy, y tomar como ventaja este fervor resultante de tantos errores durante esta pandemia.
*Estudiante de derecho, historiador aficionado y amante de la filosofía.