Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
Transcurre el capítulo 25 del libro de Barack Obama, “A Promised Land” y el expresidente narra a viva voz cómo su Gobierno enfrentó la “primavera árabe” y los eventos que poco a poco la fueron desencadenando.
Esta situación no escapaba del dilema que rodea la eterna política de Estados Unidos, expresada tan coloquialmente por Franklin Roosevelt y repetida por Henry Kissinger al hablar de Anastasio Somoza: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, es decir, el dilema que enfrenta cada administración en Washington entre condenar acciones y tensar relaciones o aceptar desmanes antidemocráticos, en contra de los derechos humanos o en pro de la corrupción, porque quienes los perpetran “son aliados clave” de la política exterior de la potencia.
Pero cuando Obama está narrando la situación, habla de la manera en que Samantha Power un día le dijo que le sorprendía que nadie estaba hablando de cómo enfrentar la situación de Egipto y el Medio Oriente, de tal manera que pudiera ser considerada estructural y de raíz. El ex presidente dice que “él sí” estaba con esa inquietud y eso abrió la puerta a generar las discusiones correctas.
Llega la crisis de Egipto con Hosni Mubarak a la cabeza y cuando las cosas fueron escalando, Estado Unidos se vio obligado no solo a ir fijando posturas si no a tomar acciones decisivas, pero en el proceso, Obama explica que las variadas opiniones estaban un tanto marcadas por las mismas edades y generaciones de los actores.
Por ejemplo, el entonces vicepresidente Joe Biden y la Secretaria de Estado al momento, Hillary Clinton se conformaban con algunas acciones de Mubarak más tibias, como por ejemplo, que dijera que iba a convocar a elecciones y que no se reelegiría.
Por el otro lado, el entonces asesor de Biden, Anthony Blinken y Samantha Power parte del Consejo Nacional de Seguridad al momento, se inclinaban por acciones más concretas que pudieran permitir sentar las bases no solo de una transición de poder, si no que se hicieran los ajustes necesarios para que los egipcios aspiraran a democracia, respeto de los derechos humanos y transparencia. Mubarak gobernaba con un eterno Estado de Emergencia que llevaba décadas y que le permitía hacer lo que le viniera en gana.
Al final, Obama terminó pidiendo la salida de Mubarak y el resto es historia.
Pero traigo a colación todo lo anterior, porque estos dos personajes que en el 2011 (hace 10 años) jugaron un rol clave porque entendían la necesidad existente de reformar sistemas para aspirar a un futuro mejor, son ahora el centro de gravedad que puede apoyar a los guatemaltecos que estén dispuestos y con ganas de atacar los problemas estructurales de nuestro capturado sistema.
Entenderán por tanto que mientras aquí no cambiemos el sistema de compras, de adjudicación de la obra pública (no solo infraestructura), no reformemos el Sistema de Justicia con el afán de que los nombramientos no solo respondan a pactos políticos que dan la espalda al Estado de Derecho y que mientras sigamos votando por listados (no personas) para elegir diputados, el futuro del país es complicado.
Habrán de saber que aquí, con una apariencia de “legalidad” y “democracia”, están perpetrando hechos que abren la puerta a las mafias de todo tipo (incluido el cuello blanco) y al crimen organizado, situación que nos llevará de forma inevitable a consolidar la dictadura de la corrupción y la impunidad en el país.
Su entendimiento de que Mubarak no solo podía ofrecer elecciones sin tener un plan de transición de poder y reformas, era correcto y ojalá entiendan que en Guatemala necesitamos apoyo para que los guatemaltecos podamos emprender un camino estructural por el cambio.